viernes, 17 de enero de 2014

Vancouver Aquarium, Grouse Mountain y mi último finde



Jin se fue del hostal a los 4 días. Lo curioso  es que cuando se fue, llegó una nueva roommate a mi habitación, se llamaba Jin y venía de Korea. Increíble. Ese viernes cuando me despedí de la primera Jin –mi favorita- me fui caminando al Stanley Park una vez más decidida a entrar al Vancouver Aquarium. No es que me llamen mucho la atención los peces pero Mark y Daniel habían insistido en que ese era un imperdible. Cuando entré lo odié un poco. 32 dólares por ver lo mismo de siempre pero teniendo que escuchar muchos más niños gritando a mi alrededor. Recorrí a la rápida el lugar hasta que salí afuera, donde tenían varias piscinas, y a la primera que fui a dar estaba ÉL, el más hermoso animal que existe en la tierra, un sueño hecho realidad: una nutria. No cabía en mí estar frente a una preciosa nutria que dormía como un bebé flotando en el agua de la piscina, tan irresistiblemente tierno que casi era insoportable mirarlo. Creo que pasé horas mirándolo. Habían otras nutrias, pero no sé por qué me enamoré de ÉL, un macho alfa de un metro y 60 kilos de pura hermosura. Insisto, yo no cabía en mí.




Hubo un show de delfines como en las películas que fue también bastante interesante. También un show de Belugas, una mezcla entre delfín y ballena de los fríos mares de alrededor de Canadá, preciosos gordinflones enormes que le tiraban agua a la gente, cual día de verano. Después de ambos shows me devolví a la piscina de la nutria y me quedé allí hasta que cerraron. Mi hermoso amor platónico me miraba coqueto y juguetón y yo no hacía más que babear el vidrio que nos separaba. Creo que fue –y sin exagerar- uno de esos momentos  demasiado especiales en mi vida.
 
Show de delfines

Beluga tirando agua al público

Después de que lo alimentaron, se puso contento y nadaba de un lado a otro mirándome y haciéndome show. Tuvimos química, cómo no lo iba a amar?
Saliendo tarde del Acuario, en Stanley Park
 


Cuando ya casi decidía una vez más irme a Whistler, me encontré con la noticia de una segunda entrevista para la viña de NZ ese día domingo. Adiós Whistler. Me levanté ese sábado temprano y aún con mariposas en el estómago recordando a la nutria, me fui a la famosa Grouse Mountain, el centro de esquí más cercano de Vancouver. Ya que no vería Whistler, al menos tenía que ver nieve y pinos con nieves. Y tenían dos osos grizzlies y unos lobos, qué mejor. Creo que fue definitivamente el peor spot de todo mi viaje. Si van a Vancouver; no vayan jamás a Grouse Mountain!.

Para llegar hasta allí hay que cruzar a North Vancouver en un Sea Bus, y como el Transantiago -guardando las diferencias- por 2.5 dólares usas cualquier transporte de la ciudad durante hora y media –micro, metro, barco- por lo que tomé el Sea Bus y luego una micro hasta el mismo centro de esquí –precio para turistas, porque si vives en Vancouver compras un pase por un mes que sale mucho más barato-. Bueno, debo decir que lo mejor de ir a Grouse Mountain fue haber usado el Sea Bus. Un lindo barquito calefaccionado y muy cómodo que te permite ver la ciudad desde una muy buena perspectiva. El resto del día fue digamos, una pérdida de tiempo. Y para qué hablar de la plata.
En el Sea Bus, donde no pude evitar mi interés por este señor que parecía disfrutar el viaje tanto o más que yo

La vista de Vancouver desde el Sea Bus

Para subir a la montaña se toma el Skyride –un teleférico grande que se llena más que el metro en Baquedano- desde donde debería verse una gran vista, pero no, el día estaba muy nublado y no se vio nada. Llegando allá era como estar en la película La Niebla. Caminé sin rumbo y no entendía nada, ¿dónde estaba todo lo que me prometieron en la publicidad? Un mundo de diversión? Restaurantes –en plural- osos y lobos –en plural también- y muchas actividades, nada. Después de caminar sin entender nada, decidí entrar al refugio y preguntarle a alguien del staff. Dentro, era un caos total. Cientos de personas en un pequeño lobby con sillones frente a una chimenea apagada escapando del frío que hacía afuera. Y aquí fue cuando mi odio llegó a nivel supremo. Me acerqué a una niña y le pregunté por los trekking del lugar –promocionados por supuesto en el sitio web del centro de esquí-, y me respondió que estaban cerrados por el mal clima. Le pregunté por los osos. Me dijo amablemente que los osos estaban durmiendo, dije que quería verlos igual, me dijo que no se podía porque estaban muy lejos y era peligroso. Pero si gustas, me dijo, puedes verlos en la pantalla que tenemos en el lobby. Pagué 42 dólares por ver 2 osos durmiendo en una pantalla blanco y negro con 2 pixeles de resolución. Le dije ok, y los lobos? Me dijo que el lobo –singular-, estaba a los pies de la montaña. Y qué hago entonces si no quiero esquiar? Le dije, y ella con su sonrisa imbatible me sugirió pasar a ver la Ginger Village –una exposición de casas en miniatura hechas de galleta de jengibre- visitar al reno o sacarme una foto con Santa. Quería matarla. Indignada, fui ver al reno, que era víctima de constantes ataques de bolas de nieve de niños sin sentimientos, y mientras me sumía en un odio profundo, me encontré con Rafa, un colombiano muy simpático que al igual que yo, andaba sólo y había ido a tocar y ver nieve. Caminamos juntos un rato por unos caminos en medio de la niebla y la nieve donde era fácil perderse, conversamos, nos sacamos fotos y nos despedimos, él había pagado por una clase de esquí que empezaba pronto. Ese fue el único buen momento que pasé en Grouse Mountain. Cuando nos separamos intenté aprovechar en algo mi dinero pero ya no quería más guerra. A la 1pm ya estaba bajando. Abajo fui a ver al lobo y me encontré con un animal hermoso, verlo me impacto bastante, a pesar de que estaba lejos, tiene una presencia increíble, pero se paseaba de un lado a otro repitiendo infinitamente el mismo trayecto, los mismos movimientos, a todas luces era un animal estresado por el cautiverio. Daba pena. 

Me fui de Grouse Mountain al Lonsdale Quay Market, un lugar interesante lleno de restaurantes donde comí comida india y pasé mi rabia tomándome un té con leche indio espectacular.   

Ese domingo tuve mi segunda entrevista y como era mi último día entero en Vancouver decidí caminar por las calles y juntarme con Jin –la primera Jin- por última vez. Fuimos a otro restaurant de comida koreana, muy rico también, caminamos por el centro de la ciudad, compramos algunos souvenirs más y nos despedimos. Era la última vez que nos veíamos, y aunque había sido una corta amistad, yo ya sentía cariño por ella. No me sentía preparada aún para despedirme de Vancouver, hubiese querido alargar mi estadía, pero era tiempo de volver y lo sabía. Había que empezar a desapegarse. Y ese había sido mi último fin de semana en Vancouver.
El Skyride en la niebla

Grouse Mountain

El Reno

Ginger Village

Los osos en Grouse Mountain, lo más cerca que estuve de ellos

The Mist!





El lobo, que era amaestrado para hacer películas, por lo que perdió su instinto salvaje y por eso no lo podían dejar en libertad, o esa era la excusa. Hermoso, pero triste.

Mi última comida koreana con Jin

1 comentario:

  1. ay me encantan tus fotos!
    ahora me tengo que ponder al día porque veo que muchos posts nuevos...que entrete! :)

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