Jin se fue del hostal a los 4 días. Lo curioso es que cuando se fue, llegó una nueva
roommate a mi habitación, se llamaba Jin y venía de Korea. Increíble. Ese
viernes cuando me despedí de la primera Jin –mi favorita- me fui caminando al
Stanley Park una vez más decidida a entrar al Vancouver Aquarium. No es que me llamen
mucho la atención los peces pero Mark y Daniel habían insistido en que ese era
un imperdible. Cuando entré lo odié un poco. 32 dólares por ver lo mismo de
siempre pero teniendo que escuchar muchos más niños gritando a mi alrededor.
Recorrí a la rápida el lugar hasta que salí afuera, donde tenían varias
piscinas, y a la primera que fui a dar estaba ÉL, el más hermoso animal que
existe en la tierra, un sueño hecho realidad: una nutria. No cabía en mí estar frente
a una preciosa nutria que dormía como un bebé flotando en el agua de la
piscina, tan irresistiblemente tierno que casi era insoportable mirarlo. Creo
que pasé horas mirándolo. Habían otras nutrias, pero no sé por qué me enamoré
de ÉL, un macho alfa de un metro y 60 kilos de pura hermosura. Insisto, yo no cabía en mí.
Hubo un show de delfines como en las películas que fue
también bastante interesante. También un show de Belugas, una mezcla entre
delfín y ballena de los fríos mares de alrededor de Canadá, preciosos
gordinflones enormes que le tiraban agua a la gente, cual día de verano.
Después de ambos shows me devolví a la piscina de la nutria y me quedé allí
hasta que cerraron. Mi hermoso amor platónico me miraba coqueto y juguetón y yo
no hacía más que babear el vidrio que nos separaba. Creo que fue –y sin
exagerar- uno de esos momentos demasiado
especiales en mi vida.
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Show de delfines |
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Beluga tirando agua al público |
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Después de que lo alimentaron, se puso contento y nadaba de un lado a otro mirándome y haciéndome show. Tuvimos química, cómo no lo iba a amar? |
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Saliendo tarde del Acuario, en Stanley Park |
Cuando ya casi decidía una vez más irme a Whistler, me
encontré con la noticia de una segunda entrevista para la viña de NZ ese día
domingo. Adiós Whistler. Me levanté ese sábado temprano y aún con mariposas en
el estómago recordando a la nutria, me fui a la famosa Grouse Mountain, el
centro de esquí más cercano de Vancouver. Ya que no vería Whistler, al menos
tenía que ver nieve y pinos con nieves. Y tenían dos osos grizzlies y unos
lobos, qué mejor. Creo que fue definitivamente el peor spot de todo mi viaje.
Si van a Vancouver; no vayan jamás a Grouse Mountain!.
Para llegar hasta allí hay que cruzar a North
Vancouver en un Sea Bus, y como el Transantiago -guardando las diferencias- por
2.5 dólares usas cualquier transporte de la ciudad durante hora y media –micro,
metro, barco- por lo que tomé el Sea Bus y luego una micro hasta el mismo
centro de esquí –precio para turistas, porque si vives en Vancouver compras un
pase por un mes que sale mucho más barato-. Bueno, debo decir que lo mejor de
ir a Grouse Mountain fue haber usado el Sea Bus. Un lindo barquito
calefaccionado y muy cómodo que te permite ver la ciudad desde una muy buena
perspectiva. El resto del día fue digamos, una pérdida de tiempo. Y para qué
hablar de la plata.
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En el Sea Bus, donde no pude evitar mi interés por este señor que parecía disfrutar el viaje tanto o más que yo |
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La vista de Vancouver desde el Sea Bus |
Para subir a la montaña se toma el Skyride –un
teleférico grande que se llena más que el metro en Baquedano- desde donde
debería verse una gran vista, pero no, el día estaba muy nublado y no se vio
nada. Llegando allá era como estar en la película La Niebla. Caminé sin rumbo y
no entendía nada, ¿dónde estaba todo lo que me prometieron en la publicidad? Un
mundo de diversión? Restaurantes –en plural- osos y lobos –en plural también- y
muchas actividades, nada. Después de caminar sin entender nada, decidí entrar
al refugio y preguntarle a alguien del staff. Dentro, era un caos total.
Cientos de personas en un pequeño lobby con sillones frente a una chimenea
apagada escapando del frío que hacía afuera. Y aquí fue cuando mi odio llegó a
nivel supremo. Me acerqué a una niña y le pregunté por los trekking del lugar
–promocionados por supuesto en el sitio web del centro de esquí-, y me respondió
que estaban cerrados por el mal clima. Le pregunté por los osos. Me dijo
amablemente que los osos estaban durmiendo, dije que quería verlos igual, me
dijo que no se podía porque estaban muy lejos y era peligroso. Pero si gustas,
me dijo, puedes verlos en la pantalla que tenemos en el lobby. Pagué 42 dólares
por ver 2 osos durmiendo en una pantalla blanco y negro con 2 pixeles de
resolución. Le dije ok, y los lobos? Me dijo que el lobo –singular-, estaba a
los pies de la montaña. Y qué hago entonces si no quiero esquiar? Le dije, y
ella con su sonrisa imbatible me sugirió pasar a ver la Ginger Village –una
exposición de casas en miniatura hechas de galleta de jengibre- visitar al reno
o sacarme una foto con Santa. Quería matarla. Indignada, fui ver al reno, que
era víctima de constantes ataques de bolas de nieve de niños sin sentimientos,
y mientras me sumía en un odio profundo, me encontré con Rafa, un colombiano
muy simpático que al igual que yo, andaba sólo y había ido a tocar y ver nieve.
Caminamos juntos un rato por unos caminos en medio de la niebla y la nieve
donde era fácil perderse, conversamos, nos sacamos fotos y nos despedimos, él
había pagado por una clase de esquí que empezaba pronto. Ese fue el único buen
momento que pasé en Grouse Mountain. Cuando nos separamos intenté aprovechar en
algo mi dinero pero ya no quería más guerra. A la 1pm ya estaba bajando. Abajo
fui a ver al lobo y me encontré con un animal hermoso, verlo me impacto
bastante, a pesar de que estaba lejos, tiene una presencia increíble, pero se
paseaba de un lado a otro repitiendo infinitamente el mismo trayecto, los
mismos movimientos, a todas luces era un animal estresado por el cautiverio.
Daba pena.
Me fui de Grouse Mountain al Lonsdale Quay Market, un
lugar interesante lleno de restaurantes donde comí comida india y pasé mi rabia
tomándome un té con leche indio espectacular.
Ese domingo tuve mi segunda entrevista y como era mi
último día entero en Vancouver decidí caminar por las calles y juntarme con Jin
–la primera Jin- por última vez. Fuimos a otro restaurant de comida koreana,
muy rico también, caminamos por el centro de la ciudad, compramos algunos
souvenirs más y nos despedimos. Era la última vez que nos veíamos, y aunque
había sido una corta amistad, yo ya sentía cariño por ella. No me sentía
preparada aún para despedirme de Vancouver, hubiese querido alargar mi estadía,
pero era tiempo de volver y lo sabía. Había que empezar a desapegarse. Y ese
había sido mi último fin de semana en Vancouver.
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El Skyride en la niebla |
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Grouse Mountain |
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El Reno |
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Ginger Village |
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Los osos en Grouse Mountain, lo más cerca que estuve de ellos |
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The Mist! |
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El lobo, que era amaestrado para hacer películas, por lo que perdió su instinto salvaje y por eso no lo podían dejar en libertad, o esa era la excusa. Hermoso, pero triste. |
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Mi última comida koreana con Jin |
ay me encantan tus fotos!
ResponderEliminarahora me tengo que ponder al día porque veo que muchos posts nuevos...que entrete! :)