jueves, 23 de enero de 2014

My stop in the frozen city of Toronto



Mi vuelo era Vancouver-Santiago con una escala en Toronto de 16 horas. Ni aunque lo hubiese planeado salía mejor, una oportunidad de conocer Toronto. En el vuelo de Vancouver a Toronto, mientras veía alejarse mi querida Vancouver percatándome al mismo tiempo que lo que conocí era sólo un punto en medio de esa gran ciudad, donde hasta podía ver claramente el Stanley Park casi en el medio y el Lion Gate Bridge, caí en la tentación de ver una película, y que mejor salir de una vez por todas de la curiosidad de ver El Conjuro, en un lugar con más gente para no morir de miedo después. Fue una experiencia 4D, y juro –por mi gato que está en el cielo- que en las peores escenas de terror hubieron turbulencias que lo hicieron todo mucho más intenso. Fue increíble. Lo malo fue que no dormí nada, apenas tenía espacio para respirar, y cuando empecé a cabecear aterrizamos en Toronto. Nevaba y mientras esperábamos salir del avión las pequeñas ventanas se tapaban de nieve. Sí, debo reconocer que eso me emocionaba. Pero no había dormido nada y me esperaba en teoría un día de puro turismo, por lo que me sentí morir.

Eran las 6am y decidí buscar alojamiento, me fui en metro hasta la ciudad y caminé nevando por las calles del Old Town. Precioso, pero algo tenebroso igual. Me fui directo al Hi Toronto –porque el Hi Vancouver había sido muy bueno- y pagué 32 dólares por una cama en una habitación de 6 mujeres. Horrible porque en el Hi Vancouver había pagado 40 por una bonita habitación de 2. El Hi Toronto en sí era feo, el baño chico y horrible y la atención muy mala. Pero bueno, necesitaba dormir horizontal un par de horas porque el dolor de piernas que me gané por el "mal de la clase económica" –como le llama mi hermano- me estaba volviendo loca. Así que me tiré en la cama y no supe más de mí hasta 3 horas después, cuando el sol radiante se asomaba por la ventana. Era realmente un sueño caminar por esas calles blancas bajo un cielo soleado. Hacía mucho más frío que en Vancouver, las ardillas parecían mucho más desenvueltas en esta parte de Canadá y todo parecía realmente sacado de una película. Canadá es una película, estoy convencida.




Conocí el Old Town de Toronto, precioso, caminé hasta la CN Tower, el ícono de Toronto, luego visité una exposición de trenes, llegué hasta el Ontario Lake y ahí fue el gran impacto que sufrí en esa ciudad: el lago estaba congelado. Pero no como en Vancouver donde el agua era hielo transparente y los pájaros caminaban felices sobre él, en el Lago de Ontario el hielo había estado hace tanto tiempo congelado que la nieve había caído sobre él y todo era blanco, un horizonte blanco terminando en un cielo blanco. Los barcos en el muelle atracados en el hielo parecían tristes recuerdos de un pasado verano que en ese paisaje casi era un mito. Me pareció deprimente. Casi no podía creerlo, era como estar en la película The Road, un paisaje apocalíptico. Quizás fue el cansancio, la noche sin dormir, la pedaleada del día anterior, no sé, pero creo que el paisaje hasta me agotó. Miraba el mapa y no tenía ganas de hacer nada más después de eso. Comenzó a nevar un poco y hacía mucho frío así que decidí irme al Old Town de nuevo, visitar el Lawrence Market y comer allí, quizás eso necesitaba. El Lawrence Marquet era bonito, pero tenía pocos lugares para comer y tuve la mala idea de pedirme como última cena canadiense un Fish and Chip. A la mitad del plato quería vomitar. Me paseé un rato más pero el cansancio me tenía loca. Me fui al hostal y dormí un rato más hasta que se hizo la hora de partir al aeropuerto. Cuando salí a la calle nevaba, fuerte y silenciosamente, era un espectáculo hermoso, caminé bajo la nieve hasta el metro y disfruté por última vez de ese país, de esa aventura que había significado Canadá, el estar sola por primera vez y darme cuenta que soy mi mejor compañía, que soy feliz conmigo misma y que en el fondo soy valiente –como nunca lo creí antes- porque al final de cuentas no cualquiera se va al fin del mundo a pasear sola. Sí, hay muchas mujeres valientes que lo hacen, pero nunca pensé que yo me convertiría en una de ellas. Y me sentí bien con eso. Ya no era la misma de hacían 3 meses atrás. Me había conocido mucho en Canadá y había crecido como persona un montón.

Creo que mi recuento final de lo que conocí de Canadá es absolutamente positivo, un bonito país, seguro y amistoso, la gente es muy agradable y si comparo con NZ podría hasta asegurar que los canadienses son más cálidos, igual de amistosos, pero más cariñosos, algo más parecidos a nosotros, mucho más consumistas que los kiwis y menos hippies, pero buena gente. Me gustaron los canadienses.













En el aeropuerto, mientras esperaba mi vuelo, abrí mi mail y había una respuesta de la viña de NZ a la que estaba aplicando. Querían una tercera entrevista, esta vez con recursos humanos de Australia. Hubiese sido lindo que me hubiesen dicho que había quedado, hubiese sido el final perfecto. Pero cuando volví a Chile y tuve mi tercera entrevista por Skype con ellos, me aceptaron. Así que fue un final feliz después de todo, vuelvo a Nueva Zelanda, mi país favorito, y podré seguir soñando con viajes y con volver a Vancouver algún día. La vida es una sucesión de acontecimientos maravillosos que nunca para de gustarme.

Así que volví a Chile, a Santiago, al calor extremo, me reencontré con Eduardo, con mi familia, y pasé una navidad en familia después de 2 navidades lejos de casa. Fue una bonita Navidad. Y aquí estoy, preparando mi nuevo viaje a la Tierra Media, contando los días, esperando la visa, disfrutando a la familia, a Chile, a la Simona –la sucesora de Gandalf- y mi vida en acá, las humitas y el huerto de mis papás, los árboles frutales y las cervezas frías en la tarde con mi hermano en las reposaderas del patio. Sí, esta vida nunca para de gustarme.
   
          

1 comentario:

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