viernes, 20 de septiembre de 2013

Ballons and Kiwis in Masterton, Carterton and Eketahuna





Mientras seguíamos trabajando en las manzanas con George, el viejo y gruñón irlandés que fue por 3 meses nuestro jefe, trabajando  contra viento y marea en un febrero lluvioso y cambiante como fue el pasado 2012, hicimos un viaje de fin de semana a conocer los globos aerostáticos en una muestra que se realizaría en Masteron y Carterton, en la región de Wellington. Una vez más tomamos el auto y partimos por la carretera 2 rumbo a ver por primera vez en nuestras vidas los soñados Balloons.

Quizás no sea algo tan extraordinario pero para mí fue una experiencia increíble. Nunca había visto de esos globos en mi vida, lo sublime hubiese sido subirse a uno, claro, pero no existía la opción. Tan sólo verlos ya me parecía un milagro divino. Después de manejar unas 3 horas hasta Masterton, llegamos a una especie de feria costumbrista con puestitos de comida, hot dogs, pop corn, pizzas y cosas por el estilo rodeando una gran cancha de pasto donde las familias se desplegaban alrededor con mantas y canastitas de picnic y en cuyo centro los globos comenzaban a ser inflados para formar parte de la exposición durante el atardecer. La estrella de la tarde era un globo con forma de Panda que protagonizaba todos los carteles publicitarios del evento. Se inflaron –el Panda a medias no más- hicieron un show musical con las llamaradas de gas -un show bastante absurdo- y terminaron invitando al público a reunirse en Carterton al día siguiente para verlos volar.

Hay que confesar que algo de decepción sentí cuando me enteré que esa noche no volarían, que sólo los inflaban, que viajamos 3 horas por verlos inflados –algunos incluso a medio inflar tambaleándose penosos entre la multitud- y nada más, pero fue bonito de todas formas.  


 

Esa noche dormimos en el auto. No queríamos gastar más plata y decidimos estacionar en alguna parte discreta y dormir como pudiéramos. Eso hicimos y al día siguiente, cansados y algo lagañosos partimos temprano  a Carterton antes de lo indicado y mientras entrábamos en el pueblo vimos unos globos perdiéndose en el horizonte. Aceleramos, nos bajamos corriendo y en el lugar –a eso de las 7 de la mañana- ya no había nada. Se habían ido. Consultamos a un señor en un carrito de hog dogs –que a esa hora ya emprendía su retirada- y nos dijeron que por problemas de viento sólo habían volado 2 o 3 globos y que ya habían despegado. El Panda no había asistido. Decepcionados decidimos que de algo debía valer nuestro esfuerzo de haber llegado hasta allá desde Haverlock North el día anterior, por lo que llenos de despecho, decidimos manejar sin rumbo por Carterton hasta encontrarlos. Dimos un par de vueltas y vimos uno a lo lejos, Eduardo aceleró, se metió en pasajes estrechos doblando por calles desconocidas hasta que llegamos a él. Un lindo balloon que estaba aterrizando en un pequeño parque, pronto todo estaba rodeado de niños y gente sacando fotos. Fue un lindo espectáculo. Saqué mis respectivas fotos y me sentí satisfecha. 




Al regreso decidimos visitar el Pukaha Mount Bruce National Wildlife Centre, en Eketahuna, un pueblito casi fantasma en la carretera 2. Es una de las reservas donde es posible conocer –entre otros bicharracos- a estos hermosos pajarillos que les dan sentido a Nueva Zelanda y toda su onda, los kiwis. Se les dice kiwis a los neozelandeses, a la fruta y a su dólar básicamente por este pajarito que no se encuentra en ninguna otra parte del mundo. Y como no es extraño ya a estas alturas, está en peligro de extinción. No podía irme de Nueva Zelanda sin conocer un kiwi real, así que pagamos los 20 dólares de entrada y cámara en mano entramos por un hermoso bosque-aviario donde mezclan jaulas de pájaros en medio del bosque, hasta dar con el lugar de los kiwis. Una puerta misteriosa con un letrero que prohíbe el flash y el ruido en medio del bosque, te indica que estás en buen camino. Al entrar al pequeño edificio, en medio de una oscuridad casi absoluta, un gran vidrio te separa del hábitat de estos pajaritos que, cuales niños en fiesta de fin de año, corrían de un lado a otro jugando, saltando, buscando comida, explorando cada rincón, como si su fuente de energía interna fuera inagotable. Los kiwis son preciosas bolitas de pluma con patas, un largo pico y llenos de vitalidad. Hacen su vida de noche, por lo que los mantienen con luces rojas y ténues durante el día.


El Kiwi blanco



Como habíamos dormido en el auto, nos habíamos levantado muy temprano y a esa hora no habían más turistas que nosotros. Vimos al kiwi blanco, el único ejemplar en el universo entero, que a esa hora jugaba –aunque solito el pobre- corriendo de un lado a otro, un hermoso show para nosotros, luego se escondió  y no volvió a salir. Los turistas que comenzaron a esa hora a llenar las instalaciones buscaban al famoso kiwi blanco, pero no pudieron verlo. Había salido a saludarnos sólo a nosotros, por lo que estábamos más que complacidos. 


Kiwi bebé
Terminamos de ver cuando alimentan a los bebés kiwis –unas preciosuras irresistibles- y salimos a recorrer el resto de sendero que nos faltaba por ver. La reserva en sí consta de varios senderos que puedes recorrer para conocer las especies de flora y fauna que se encuentran allí. Creo que es algo mágico. El bosque, el sonido de los pájaros y el de unos bichitos –que no sé su nombre pero que hacen un sonido ensordecedor en el bosque entero- conforman un mundo increíble. Los árboles corresponden a robles traídos del norte de California y son los árboles más altos del mundo, pueden medir hasta 110 metros de altura y vivir 2000 años. Este tipo de información me abruma y me hace sentir pequeña. Que un árbol pueda vivir 2000 años mientras nosotros apenas 90 –y con suerte- me produce una admiración indecible por la naturaleza. Luego de un par de horas disfrutando de la paz indescriptible que se siente en bosques como ese, volvimos a casa en Haverlock North, con el espíritu renovado y amando todavía más este país de ensueño.  Después de eso, los Ballons habían pasado a ser tan sólo un detalle en el paseo.


 

 
 
Pukaha Mount Bruce Wildlife Centre, en Eketahuna

jueves, 19 de septiembre de 2013

Windy Welli



Durante tres meses vivimos en Haverlock North en nuestra casa hippie junto a un parque lleno de conejos, pájaros y senderillos en el bosque, en un verano que se supone fue el más frío y lluvioso que vio Hawkes Bay en los últimos 50 años. Trabajamos duro durante todo ese tiempo y ahorramos lo suficiente como para emprender más tarde la migración hacia la isla sur. Fueron buenos tiempos. Hicimos nuestros primeros viajes dentro de Nueva Zelanda como turistas y nos compramos un montón de cosas –bicicletas incluidas- para seguir este viaje alucinante por Nueva Zelanda.

Nuestra primera incursión fue Wellington, la capital más austral del mundo. Era el casting del Hobbit y se hacía un llamado a postular a cualquier persona para extras de Enanos, Hobbits, Orcos y Uruk hais. Nos fuimos manejando 4 horas por hermosas y curvilíneas carreteras hasta llegar a la capital kiwi. Hicimos una fila interminable entre seres normales y seres algo teatrales de patillas largas vestidos sutílmente de hobbits, algunos guerreros enanos con frondosas barbas y rubias con sus melenas al viento enfundadas en vestidos algo rimbombantes. Nos hicieron llenar un formulario, nos tomaron unas fotos y nos dieron las gracias. Por supuesto, no quedamos –ni para Orcos servíamos- pero nos sentimos realizados con haber sido parte del proceso. 

Con el formulario del Casting de la película El Hobbit relleno y listo para entregar
 

Pasamos 2 días en Wellington, una ciudad con mucho estilo. No sabría decir bien qué es lo que tiene Wellington que la hace tan especial, pero tiene algo, una atmósfera ruidosa y quieta a la vez paseándose entre edificios clásicos e intervenciones artísticas en cada esquina, vida nocturna hasta tarde, la quietud de la noche luego del rugido del viento más fiero del país en las tardes y ese olor a mar que embelesa a cualquiera, la hacen una ciudad excepcional. Auckland no es nada al lado de Wellington, y ahora luego de haberla visitado en 4 ocasiones sigo sin saber por qué. Es esa mezcla porteña entre las gaviotas y el viento, el celeste del cielo siempre con nubes algodonosas, las calles tan llenas de vida, los cerros empinados que recuerdan a Valparaíso y los barcos entrando y saliendo de la bahía. O las mil cosas que ofrece para hacer, subir al jardín botánico, el Museo Te Papa –que para alguien que no ha visto algo mejor que el Bellas Artes o el Mim es como una revelación divina- las tiendas, el mirador más ventoso del mundo, el Café Fidel en el paseo Cuba, las librerías de viejos libros roñosos, un café en el Midnight Espresso, el puerto y las calles, tan sólo caminar por esas calles y envolverse en ese ambiente exquisito, risueño y jovial que tiene Welli. My dear Windy Welli. Es la suma de todo eso y sigo sin poder encontrar una descripción que le haga juicio.

El puerto
 
Cuba Street

 
Desayunando en el Midnight Espresso

En el puerto


Museo Te Papa


Demás está decir que no queríamos irnos, que nos faltó una infinidad de cosas por ver pero teníamos que regresar al trabajo y la vida en Haverlock North. Y aunque volvimos en otras 3 ocasiones más, siempre nos fuimos con la sensación de haber obviado algo. No aparecimos en ninguna escena de la película El Hobbit, pero nos perdimos un rato en La Tierra Media igual. 









sábado, 14 de septiembre de 2013

Después de la tormenta, sale Haverlock North


Los siguientes días luego de la huida de Hastings podría llamarlos como nuestra “etapa de introspección”. Aprender de los errores y comenzar de nuevo. Pero lo que se llama comenzar de nuevo. Pasamos unos días en casa de Leo y Ale, unos amigos chilenos, que habíamos conocido sólo 5 días antes y que nos ayudaron moralmente en este proceso, que fue bien duro. No es fácil perder a tus amigos cuando estás fuera de tu país, es como perderlo todo. Y podríamos decir que literalmente lo habíamos perdido todo. Después nos fuimos a Napier, casi por ir a alguna parte, porque habíamos ido un par de veces y lo encontrábamos bonito y porque habían más avisos de ventas de autos en Napier que en Hastings.  Así fue como compramos nuestro auto propio y tachamos la primera victoria en nuestra lista de necesidades.

El siguiente paso fue el alojamiento, buscar donde vivir.  Buscamos en Trademe varios avisos de Flatmate wanted hasta que dimos con Frank, un señor hippie de unos 70 años que nos salió a recibir con short, una polera raída, sin zapatos, pelo largo y un aro con el símbolo de la paz en la oreja izquierda. Fue amor a primera vista. Frank nos mostró la casa, su huerta orgánica, su compost y su producción de cerveza artesanal. Un par de días después ya estábamos instalados allí. Así fue como nos fuimos a vivir a Haverlock North, un lugar más que encantador.

Cuando pienso en Hastings, pienso más bien en Havelock North, y por eso creo que me agrada Hastings. Porque pasé más tiempo en Havelock North, un pueblo en teoría al lado de Hastings, aunque básicamente es sólo un barrio a 5 minutos en auto a los pies del Sleeping Giant. Vendría siendo el sector cool, lleno de cafés bonitos, tiendas loquillas, vida nocturna, casas y gente linda paseando a sus perros, un lugar a las faldas del cerro, rodeado de viñas y de bodegas con interesantes vinos. Definitivamente un lugar perfecto para vivir. 

Allí compartimos casa con David y Alisdair, dos kiwis con los que comencé recién mis primeras incursiones serias con el inglés. Alisdair era un periodista de 23 años trabajando en el restaurant de una viña por el verano para juntar plata para irse a Inglaterra,  llevaba una pareja distinta cada fin de semana y le gustaba cocinar cosas ricas y combinarlas indistintamente con Pinot Gris, una cepa que nunca terminó por gustarme. David era un tipo de 60 años, soltero y coqueto que pasaba parte del día con Panda, un gato casi tan viejo como él, tomando cerveza y hablando por teléfono con mujeres que conocía por internet.  Dos personajes que conforman mi lista imaginaria –o mental- de “gente que no quiero olvidar nunca”.
Nuestro hogar en Havelock North con Alisdair y David

Fue cuando llegamos a Havelock North que Karen y José, los chilenos que conocimos en el aeropuerto de Auckland tomaron contacto con nosotros, luego de más de 3 meses de olvido, y descubrimos que vivíamos a 3 cuadras de distancia, toda una paradoja. Perdimos unos amigos, pero ganamos otros mejores. 

Cena con Karen y José en el Pipi, un pintorezco restaurant en Havelock North

El tercer paso importante era encontrar trabajo, y urgente. Buscamos inútilmente durante días hasta que David nos ofreció su ayuda y nos llevó a Johnny Appleseed, un packing de manzanas, donde quedamos contratados de inmediato. Empezábamos al otro día, con contrato fijo por a lo menos 3 meses y ganando más del mínimo. El trabajo era duro, 12 horas diarias de trabajo físico, soportando a George, un viejo irlandés pseudo-militar -que aseguraba había dejado de contar sus años después de los 70- estricto, gritón, gracioso y cargado del humor más negro, todo al mismo tiempo. Ese sí que está en mi lista de la "gente que no quiero olvidar nunca", todo un personaje, subrayado y con destacador. Con él vivimos tardes de deshidratación extrema y días bajo la lluvia indistintamente, resultó que el verano del 2012 fue el más frío en Hawkes Bay, por lo que a mediados de febrero tuvimos que comprarnos trajes de agua y resistir el trabajo bajo la lluvia, pero fueron buenos tiempos. Nuestra lista estaba completa, todo se había solucionado.
  
Y fuimos felices, podría casi agregar que inmensamente. Teníamos un sueño que se cumplía, trabajar en Nueva Zelanda en forma estable y poder planear nuestro futuro de una manera más tangible. Teníamos buenos amigos con los que tomar una cerveza en el centro de Haverlock los sábados en la noche, un agradable grupo de trabajo con los que compartíamos las tardes calurosas del verano entre las hileras de manzanos, y aprender inglés en la cotidianidad de nuestro hogar. Después de la tormenta siempre sale el sol dicen, y esta vez fue un sol brillantísimo cargado de rayos ultravioletas A y B y radiación con tormentas solares y todo eso. Nada podría haber sido mejor.    

Viña Craggy Range, detrás de Te Mata Peak

Grupo de trabajo en Johnny Appleseed
 
Viña Te Awanga
 

Ocean Beach nunca termina de aburrir a nadie

martes, 10 de septiembre de 2013

Hastings querido




Tomamos la ruta 36 rumbo al sur en nuestro auto cargado de maletas junto a nuestra pareja de  amigos. Íbamos cargados también de esperanzas. Hastings era la esperanza, el nuevo objetivo de nuestros planes. Allí sí encontraríamos trabajo, ahorraríamos, sería todo perfecto. La panacea misma. Pasamos por Rotorua, miramos apenas el lago, olimos el azufre y nos largamos. Tomamos la ruta 5 y enfilamos hacia Taupo, luego Napier, luego Hastings. Allí nos alojamos en el Sleeping Giant, un backpacker con mucha onda. Decididos a quedarnos una sola noche terminamos pagando una semana luego de una breve conversación con Jason, el dueño. El lugar era acogedor, nos gustó. Me da pena recordar el Sleeping Giant porque fue esa semana cuando Gandalf, mi gato, mi lazo más fuerte en Chile, murió.

Recuerdo la semana en el Sleeping Giant como algo bonito y triste al mismo tiempo. Muchas llamadas a Chile preguntando por la salud de mi gato, caminatas alegres alrededor de la nueva “ciudad” –para mí es más bien un pueblo-, búsquedas infructuosas de trabajo, primeros intentos frustrados de entablar conversaciones en inglés, el reencuentro con la gente que conocimos en Tauranga, lazos de amistad más fuertes y la muerte inminente de mi gato y mi consecuente duelo.  

Sleeping Giant


Hastings es a primeras un pueblo –ciudad en teoría- con aire sureño, bonito y verde, con muchos parques, una buena biblioteca y playas a 30 minutos en auto. Las casas son lindas –luego descubriríamos que eso se resumía básicamente a las fachadas-, algunas de madera, con balcones preciosos, jardines de ensueño y sin rejas, calles llenas de árboles, pájaros y tranquilidad, el típico lugar donde uno sueña vivir en algún futuro. Luego cuando ya lo conoces te aburre y muchos hasta lo  encuentran algo feo. Yo nunca lo encontré feo, pero sí luego de un tiempo tendió a aburrirme un poco. Cuando volví un año más tarde lo encontré lindo, agradable, e imaginar una vida allí no me parecía muy descabellado, por lo que creo que finalmente es lindo Hasting, aunque muchos dicen lo contrario. Tiene su encanto, tiene sus lindos cerros –el Sleeping Giant, un cerro con forma de hombre durmiendo que ha sido protagonista de antiguas historias maoríes- sus parques, su gente y  su cercanía con el mar y con Havelock North, el pueblo que se convertiría en nuestro hogar más adelante.

Un día haciendo la compra semanal en el supermercado con nuestros amigos se nos acercó Walter, un uruguayo que -luego descubriría- cazaba latinos despistados y los engatusaba para que se fueran a vivir a su casa, a su “Rincón Latino” como le gustaba llamarlo, por un precio muy razonable. Caímos en sus redes y nos trasladamos a su casa. Eran una familia bien especial, rallando casi en lo disfuncional, pero agradables y buenas personas después de todo. Estuvimos allí casi 2 meses, al principio bastante solos y luego casi hacinados junto a un montón de argentinos y uruguayos -que son básicamente lo mismo- alegres, ruidosos, gritones, buenos para la birra y para organizar eventos sociales.

Pronto conseguimos un trabajo -raleando manzanas- de una semana. Luego encontramos otro por un día. Luego otro más por una semana. El panorama en un principio, cuando eres principiante, no tienes inglés ni mucha idea de cómo funciona todo, es bastante difícil. Pero a porrazos se aprende y luego de 2 meses de hacinamiento, conflictos interpersonales, trabajos sacrificados que duraban poco y la ruptura total con nuestros amigos y compañeros de auto, hicimos una especie de borrón y cuenta nueva, y nos fuimos de Hastings, esta vez Eduardo y yo solos. Sin trabajo, ni auto, ni casa, ni amigos. Y con números rojos en nuestras cuentas bancarias. Ahora sí que sí, estábamos perdidos en Nueva Zelanda. 

Mirador Te Mata Peak