lunes, 23 de diciembre de 2013

Vancouver, the real first contact




Llegamos a Vancouver un viernes por la tarde, Mark nos dejó a Daniel y a mí en Surrey Station, en un barrio más o menos periférico de Vancouver, desde donde tomamos el metro  y nos dirigimos hacia el centro de Vancouver, llenos de emoción y cansancio al mismo tiempo. Mi maleta pesaba como un muerto. Sabía que estaba vieja la pobre y que luego de esa noche tenebrosa en Nueva Zelanda donde mi maleta sufrió serios estragos –ya voy a llegar a ese detalle escabroso del viaje- su muerte era inminente, aunque nunca pensé que ese momento llegaría justamente ese mismo día, mi primera vez sola en una mega ciudad.

Daniel tenía reserva en otro hostal así que se bajó del metro antes que yo, se despidió a la ligera y quedamos en vernos uno de esos días ya que estaríamos en la misma ciudad turisteando, pero eso nunca pasó y lamentablemente esa fue la última vez que lo vi. Yo seguí mi recorrido hacia Vancouver City Centre Station, me bajé apenas con la maleta a cuestas y después de dos cuadras las ruedas prácticamente se desintegraron y tuve que arrastrar todo el peso con mi propia fuerza. No ruedas de ayuda, no compañero caballeroso cerca, nada. Por suerte mi hostal, el Hi Central Vancouver –el que recomiendo 100%-, estaba cerca así que llegué, hice el check-in, y me dirigí a mi maravillosa pieza de dos personas en la que estaba sola. Me instalé, descansé la espalda un rato luego de esa horrible odisea y me abrigué para salir a caminar por la ciudad. Creo que caí rápidamente enamorada de Vancouver. Aunque no ese día, pero sí tuvimos química esa misma noche.

Como Auckland fue lo primero que conocí como “ciudad desarrollada moderna y grande” todas las ciudades nuevas suelo compararlas con Auckland, por lo que mi primera impresión fue “sigue siendo mejor Auckland, es más limpia y más acogedora”, pero me gustó igual. Vancouver tiene mucha onda y se respira en las calles, el bullicio, la gente en las esquinas, el olor a marihuana en cada rincón y las noches llenas de vida. Esa noche en mi primer contacto real con la ciudad, recorrí casi entera Granville Street, saqué muchas fotos, caminé absorbiendo esa energía exquisita que tiene la ciudad y terminé mi jornada en un restaurant pequeño de comida Thai, donde pedí un Chicken Green Curry y una cerveza y brindé conmigo misma por este pequeño triunfo: estar en Vancouver, una ciudad que desde chica soñaba con conocer, gracias al Ataque, el juego de estrategia que jugaba con mis hermanos.

Ok, fuí injusta la primera vez, y catalogué a Vancouver de "abrumadora" llena de cemento y sin sol cuando llegué desde Chile hacían casi 3 meses, pero por eso tenía que volver y ver qué tenía realmente para ofrecer esta ciudad. Y el escupo me cayó en plena cara porque me encantó. Esa noche volví a mi hostal, revisé mi mail y me encontré con que una viña de NZ me había escrito pidiendo una entrevista por Skype. Como que todo lo bueno llega junto, pensé, así que feliz me acosté y me dormí en un segundo, con la satisfacción de ver que los planes hasta el momento iban saliendo bien. Y me quedaba aún una semana más en esa fría y deliciosa ciudad de Vancouver. 

The cuter bus ever! in Granville Street

Granville street

Vancouver Convention and Exhibition Centre West

Canada Place

viernes, 20 de diciembre de 2013

Goodbye dear Oliver




Cuando Eduardo se fue, pasé por varias etapas de indecisiones personales, preocupándome por no tener un plan que me gustara, y yo sin un plan de vida no puedo estar tranquila, buscándole un sentido a las cosas, etc. Uno de esos procesos algo grises por los que uno pasa de vez en cuando en la vida pero que finalmente son necesarios. Decidí miles de cosas, planeé otras cuantas, y me planteé parar de quejarme y tratar de hacer las cosas que quería, ser valiente y arriesgarme a cruzar ríos.

Así fue cuando llegó el día en que la vendimia terminó, y decidí quedarme unos cuantos días más en Oliver descansando, y darme tiempo para lo que más quise hacer durante todo el tiempo allí: el trekking a la montaña de Oliver. Le dije a 2 compañeros de trabajo si les interesaba la idea y ambos salieron con excusas, así que me di cuenta que debía hacerlo sola y que eso no debía asustarme, ya que muchos me habían dicho que hacer trekking en Canada era algo peligroso por los osos y los pumas, coyotes y lobos y que lo recomendable era ir acompañado, aunque algunos canadienses me dijeron que no era gran problema porque la mayoría de las veces los animales huyen del ser humano. Con esa estadística algo primitiva pero alentadora fue como un día me levanté temprano, tomé mi nuevo desayuno canadiense favorito en casa –café con crema y wafles con mantequilla y Maple syrup- y partí en un día de sol insuperable, pero abrigada hasta los dientes para resistir la máxima de -11°C que hizo ese día.

Fue una experiencia maravillosa. Me sentí bien conmigo misma, subí el cerro, vi muchos venados y huellas de oso plasmadas en la nieve –o puma, o un mamífero grande- y una vista preciosa al valle de Okanagan. Cuando bajé decidí caminar hasta el lago escuchando mi canción de victoria: Zero de Yeah yeah yeahs, y terminé luego la tarde en un bonito café donde me compré un cheesecake de limón y coco y un cappuccino, el primer café que me tomaba en un restaurante, sola. Fue una tarde perfecta. Cuando volví a casa, me sentía otra persona. Había subido un cerro con osos sola, ya no había nada que no pudiera hacer.

Trekking in Oliver Mountain

Huella de oso o qué se yo

Oliver from Oliver Mountain

Tuc-El-Niut Lake en Oliver
 
 In Oliver Mountain Summit!
 
Mi primer café conmigo misma de la vida, en Oliver


Al día siguiente partí a Penticton –la ciudad más cercana a Oliver- a cerrar mi cuenta de banco, tomé el bus a las 6 de la mañana y llegué a Penticton a las 7 am aún de noche y con -10°C, así que decidí quedarme en un café y leer un rato, terminé finalmente “La Peste” de Albert Camus y luego de que mi apetito se activara y ver a varios oriundos del lugar pedirse un super desayuno con tostadas, huevos fritos, jamón y hush –una cosa aceitosa que supongo era papas fritas raras-, decidí ir por uno de esos. A las 9 am salí a caminar un poco y el frío que hacía me hizo replantearme mis ganas de pasear. Fui al banco y esperé calentita a que me atendieran, hice mis trámites y luego salí a caminar nuevamente, dispuesta a conocer el lago, su costanera y alguna otra gracia de Penticton. Era el único día que tenía para conocer esa ciudad así que cámara en mano recorrí  toda la costanera norte del Lago de Okanagan y se me congelaron las manos por sacar fotos a tal punto que aún después de semanas de eso la piel no me vuelve a la normalidad. Luego visité una librería famosa –un laberinto impresionante- y unas cuantas calles del centro y se me hizo la hora de tomar el bus de vuelta a Oliver. Penticton a mi parecer, no tenía mucha gracia salvo que está entre dos hermosos lagos, y al igual que Oliver, es una ciudad normal en un hermoso lugar, una ciudad con suerte.

  En la costanera en Penticton

Okanagan Lake, Penticton

Book Shop, Penticton


El resto del tiempo en Oliver lo pasé con mis ex compañeros de Road 13 en despedidas varias y haciendo mi odiosa maleta, la peor parte de viajar. Y así un viernes por la mañana partimos con Mark y Daniel –el único francés enólogo bueno del mundo, sigo creyéndolo- hacia Vancouver en el auto de Mark por caminos increíbles -sacados de películas gringas-, y dejamos atrás esta bonita etapa, nuestro aburrido pero finalmente querido pueblito de Oliver.