lunes, 25 de noviembre de 2013

Recuerdos de Blenheim





Con -4°C afuera, una noche que comienza a las 4 de la tarde y la imposibilidad casi total de hacer algo en este pequeño rincón de la tercera edad llamado Oliver, es que me dispongo a recordar, junto a una taza caliente de café con crema, mi vida en Nueva Zelanda, un lugar que creí hasta entonces, frío. Qué lejos estaba de imaginar que algún día iba a estar viviendo con -10°C acá en Canada. En fin.

Así que pienso en Blenheim, después del cruce en ferry vino la etapa Blenheim, nuevo ambiente, nuevos amigos, nuevos rincones qué descubrir. En Blenheim tuve el que podría decirse, el mejor trabajo de la vida. El de mi vida, hasta entonces, quizás no la mejor experiencia laboral, pero donde lo pasé mejor trabajando y ganando bueno. Resulta que Mudhouse es una viña irrisoriamente grande –aunque pequeña comparada con otras bodegas de Blenheim-, contratan a unas 60 personas cada vendimia, de diferentes países, algunos con visas Working Holidays, otros que vienen con Work Permit específicamente a la vendimia, hay de todo. Con o sin estudios de enología –aunque la gran mayoría los tenían- encontré allí dentro una fauna impresionante.  Éramos tantos trabajando, que casi no había trabajo y nuestras jornadas laborales consistían en fingir que estabas ocupado haciendo algo, conversar de la vida, tomar café toda la noche –trabajé en turno de noche- y caminar, caminar y caminar por esos pasillos infinitos de cubas de acero que en atravesar te demorabas la mitad de la jornada. Teníamos BBQ todas las semanas auspiciadas por la bodega, nos alimentaban bien, nos regalaban vino y al final de la vendimia, nos hicieron una fiesta arriba de un barco paseando por Marlborough Sound  con bar abierto, toda la cerveza y vino del mundo, comida y paisajes increíbles. Nunca había tenido tamaño regalo de un trabajo en mi vida. Fue hermoso. 

Mudhouse y sus interminables pasillos

Night shift in Mudhouse, chileans, french, german and lots of argentines!

Press area

Vista de Picton desde el bote donde cenamos en la fiesta de fin de vendimia

Mudhouse team 2012

En Marlborough Sound, muy parecido al típico lugar soñado de Samoa


Mientras tanto, Eduardo encontró varios trabajos esporádicos alrededor de Blenheim. Trabajó unos días en cosecha de uvas, en una embotelladora de vinos y finalmente logró ser contratado en una Mussel Factory empaquetando mussel –la traducción es “mejillones” y yo no los conocía por lo que para mí siempre serán mussels- donde básicamente era feliz, aunque tenía que mamarse un pique de una hora hasta Haverlock, el pueblo vecino. Sí, el verdadero Haverlock, cuando vimos el nombre en el mapa decidimos que teníamos que ir. Habíamos estado 3 meses en Haverlock North, así que una mañana tomamos el auto y partimos, es un pequeño pueblito, el pueblito de los Mussels, por todos lados Mussels, muchos yates, parques, una costanera preciosa, un pueblo encantador. Me vi pasando un invierno allí arrendando una casa, haciendo fuego por las tardes, mirando por la ventana el mar que se metía entre los cerros verdes, hornear el pan y llevar una vida simple, en un pequeño pueblo entre las montañas y el mar. Qué mágico me parecía todo ello, y qué delicioso se sentía saborear esa fantasía. Nunca lo hicimos, pero siempre se quedó en mi mente como un pequeño sueño.  

Un pequeño parque a la salida de Haverlock

La bonita iglesia Anglicana de Haverlock

El puerto de Haverlock

Haverlock

Haverlock muy temprano en la mañana

Campos cercanos a Haverlock

Campos cercanos a Haverlock


La vendimia se terminó y estuve 3 semanas sin trabajo. Eduardo trabajaba en los mussels y yo me dedicaba a buscar contactos por internet, leer en mi nuevo Kindle -mi auto regalo post vendimia- y andar en bicicleta alrededor de Blenheim, caminar por el parque junto al río y sacar fotos. Fui feliz. Tenía tiempo, leía, planeaba mi vida y cocinaba cosas ricas. Por eso es que recuerdo Blenheim como una buena etapa, pienso en él y recuerdo las tardes en el parque, saborear esa sensación indecible de poder sentarse en una banca en un parque, sacar tu kindle y leer hasta que el sol se esconda –porque sin sol en mayo en Blenheim es imposible sentarse y no morir de frío-. Y he ahí otra razón de por qué amo NZ y me gustaría gastar mi vida allí: porque puedes sacar un kindle en un parque, sola y nadie te va a asaltar, ni jotear, ni dar jugo. Eso en Santiago es una quimera.  

El parque junto al río en Blenheim


Durante ese tiempo de tranquilidad aprovechamos y fuimos a conocer Nelson, la ciudad más grande por esos sectores. Es una ciudad mucho más grande y bonita que Blenheim, pero sólo pasé allí un día, por lo que no vi mucho más que la iglesia, las calles del centro y los lindos cafés que esparcen sus mesitas bajo el cálido sol de mayo y la gente disfruta cual lagartijas la tranquilidad de los últimos días de calor en otoño.  

Nelson

Nelson

Nelson

Nelson


Finalmente, luego de 3 semanas de un maravilloso ocio, conseguí una entrevista para trabajar los 2 en una lechería cerca de Christchurch. Partimos a Christchurch por el fin de semana, tuvimos nuestra primera entrevista laboral en inglés –la cual fue todo un éxito y logramos disfrazar nuestro mal pulido inglés- paseamos por esa linda –aunque en realidad otrora linda ahora destruida-  ciudad llena de jardines y vivimos un temblor de 4 grados y tantos y aunque soy chilena y viví el terremoto del 2010 y luego de eso perdí la capacidad de sentir temblores menores a 4,5°, el temblor de Christchurch lo sentí tan fuerte que quise salir corriendo, como mi umbral es muy alto sólo desperté cuando ya estaba en el pick del temblor y pensé que era acabo de mundo otra vez y cuando se acabó no pude dormir pensando en tsunamis. Luego de eso creo que Christchurch es definitivamente un lugar para estar un par de días y huir. Pero bueno, conseguimos el trabajo, volvimos a Blenheim, nos despedimos de nuestro querido Picton -al que debí dedicarle una entrada entera, pero el frío canadiense no me permite más- de mis visitados parques, y terminamos la etapa de Blenheim, que aunque fue linda, y una etapa importante en mi CV -la razón de mi viaje a NZ de hecho- no nos costó mucho abandonar. 

Marlborough Sound

Marlborough Sound

Marlborough Sound en un precioso día de abril

Marlborough Sound

Marlborough Sound

Picton desde uno de sus miradores

Picton

Nuestra cena de despedida en Picton

Haciendo un track en Picton

Picton y Marlborough Sound

Picton y Marlborough Sound

Mirador de Picton y Marlborough Sound
 Datillos: trabajos en viñedos en Blenheim, donde Eduardo trabajó en cosecha de uva (y fue un buen trabajo) y yo un día de pruning (huí porque era la única mujer entre puros Samoanos gigantes) fue Ace Viticultor. El trabajo en Mussel Eduardo lo encontró en Allied Work Force, en cada ciudad hay una sede. Y el trabajo en la bottle factory fué un contacto con un chino X que nos dió un amigo. Blenheim en general tiene harto trabajo, pero cuidado con la mafia de los Backpackers, que exigen quedarse un mínimo de tiempo con ellos para darte el trabajo, y muchas veces se quedan con una comisión. Mucho mejor es buscar su propio trabajo!.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Goodbye dream, for a while




Las cosas no siempre resultan como uno quiere. Sí, frase vieja, pero cierta - maldita sea-. Un día fui a trabajar como de costumbre, encaramada arriba de un tanque de 4000 litros de un ensamblaje de tintos haciendo un remontaje, suena mi teléfono, cosa rara porque nadie me llama!, contesté y era Eduardo diciéndome que su papá estaba muy grave en Chile y que se devolvía. Así de simple. Todos los planes, la seguridad que me producía tener todo planeado cautelosamente con anticipación, y con él, se me fueron a la punta del cerro. Me bajé del tanque, y mientras aún no salía del shock, Daniel, mi compañero de trabajo –el único francés enólogo bueno en el mundo, estoy segura- me ve la cara y me pregunta que qué pasaba. No entraré en detalles melosos, pero sí diré que colapsé ese día. Me devolví a la casa a estar con Eduardo y conversar. Después de una tarde horrible, decidimos que él volvería a Chile lo antes posible a estar con su papá, y que yo me quedaría aquí en Oliver, terminando la vendimia.

Estas cosas pasan, y frente a ellas no hay nada más que hacer. No sirven los planes ni nada, hay que hacer lo que hay que hacer y fin. Eduardo renunció a Tinhorn Creek al día siguiente, compró su pasaje de vuelta a Chile rápidamente y se devolvió hace 4 días atrás. Su papá está mejor e imagino que tener a su hijo de vuelta le devolvió gran parte de la vitalidad que había perdido con la enfermedad. Puedes tener mil planes, visitar miles de lugares maravillosos en el mundo, pero siempre la familia es lo más importante, lo más bonito que uno tiene, y ninguna maravilla del mundo te puede hacer cambiar de parecer.

Pero bueno, dentro de todo, no estuvo mal haber vivido el sueño aquí, en este extremo del mundo. Antes de partir, pasamos un día de nieve juntos, una tarde en su bodega, degustando los vinos, tomando fotos del lugar, probamos el icewine –que sólo se elabora en Alemania, algunos sectores de Francia y en Canadá- por primera vez y nos regalaron un montón de botellas de vino. Nos hicimos bolsa comiendo en el A&W –un local de comida rápida que sirve unas hamburguesas increíbles, papas fritas con cáscara y un vaso  de medio litro de té helado- y compartimos en nuestra casita nuestros últimos momentos juntos. Fue un buen tiempo.

Okanagan Valley nevado


Road 13 bajo la nieve!
 
Venadito orejon

Degustación en Tinhorn Creek Winery

Probando el Icewine en vasitos de chocolate

En la sala de barricas de Tinhorn Creek
 
Okanagan Valley from Tinhorn Creek Winery


Habíamos planeado estar en Canada hasta fines de febrero, pasar una blanca navidad, viajar más al norte –a Jasper probablemente- cuando terminara la vendimia, ver la aurora boreal y algún oso, visitar un par de lugares, yo tomaría un curso de inglés –y dejar de paso mi tarzanezco acento- y a fines de febrero volveríamos a trabajar a Nueva Zelanda hasta junio, donde comenzaba un sinfin de planes más que incluían un par de países más que soñábamos visitar. Era perfecto. Pero bueno, no hay que llorar sobre la leche derramada –qué buen dicho!- ahora a aprovechar de mi tiempo –sola- acá en Canadá, ver lo que más pueda, ahorrar lo que más pueda, volver a Chile para navidad, estar con Eduardo -que básicamente es lo que quiero hacer para el resto de mi vida-, buscar un trabajo y planear –aunque aún sigo sin sentirme preparada para ello- una vida en Chile, no sin perder claro, las esperanzas de seguir viajando con Eduardo. La vida es muy corta y el mundo es muy bello para quedarse en casa.