El plan post-escape fue conocer la isla sur. No
teníamos trabajo ni casa así que nada nos ataba a ningún sitio y siempre
habíamos postergado el conocer Nueva Zelanda por trabajar y ahorrar. Esa noche fuimos
a la casa de unos amigos chilenos en Christchurch, nos esperaban con cervezas
frías y una cama improvisada en el suelo. Fue una noche maravillosa. Al otro
día despertamos a la hora que quisimos y después de almorzar con ellos una
carbonada increíble, partimos al sur a media tarde. Escuchando “I want to break
free” de Queen -qué otra podía ser?-, con las ventanas abiertas y sintiéndonos de maravillas, nos fuimos
a nuestro primer destino: Queenstown.
Desde hacía más de un año antes de eso que venía
siguiendo el Blog de la Fer, una chilena que se había ido a NZ y mientras yo
terminaba mi tesis encerrada en mi pieza soñaba con cada post que subía, con
conocer los mismos lugares y básicamente, con conocer Queenstown. Así que no
podía ser otro el primer destino de nuestro recorrido. Desde Christchurch es
bastante lejos, así que paramos en la carretera para dormir un poco y llegamos
a la madrugada siguiente a lo que ya era mi gran sueño: el hermoso Queenstown.
Y sí, es un sueño. En medio de las montañas y frente
al lago, Queenstown es el lugar más turístico que conocí en Nueva Zelanda, el
80% de la gente que caminaba por las calles iba con una tabla de snow
bajo el brazo. El centro de la ciudad se compone principalmente de agencias de
turismo ofreciendo paquetes para los centros de esquí y otras atracciones
alrededor de la zona. Nosotros no supimos bien que hacer, 2 días antes
estábamos trabajando con vacas y no habíamos tenido tiempo de pensar en nada. Lo
primero que hicimos fue aplicar a todas las agencias de trabajo que
encontramos, luego visitamos el lago y paseamos por la ciudad. Era muy
agradable caminar a la orilla del lago y sentir que teníamos tiempo para
disfrutar del lugar.
Pero ya estaba enterada de que era difícil conseguir
trabajo ahí y que la mayoría de la gente pasaba uno o 2 meses buscando trabajo,
así que fuimos más que nada a conocer. Como en la granja habíamos hecho malas
gestiones financieras, estábamos bastante ajustados de presupuesto, sumado a
que a esas alturas ya estábamos por cumplir un año en NZ y teníamos que aplicar
a la extensión de la visa y tendríamos sólo 3 meses más para juntar todo lo que
hasta ese momento no habíamos juntado, es que decidimos movernos.
Nos fuimos a Invercargill, la ciudad más austral de NZ.
Bonita, fría y bastante agradable, sus plazas anchas y edificios antiguos,
bares llenos de gente en las calles principales sumado a que fue el primer –y
único- lugar que visité en NZ desde donde se podía ver la puesta de sol en el
mar, fue que se convirtió en una muy buena experiencia. Nos quedamos en un
Backpacker y nos dedicamos a recorrer la ciudad, a buscar trabajo y
alojamiento. Fuimos también a Bluff, el pedacito de tierra más al sur de NZ,
que –como en casi todos los rincones de
NZ- era una reserva, con un lindo trekking, un par de faros y unas vistas al
mar preciosas.
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Invercargill |
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Bluff |
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Trekking en Bluff |
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Atardecer en Bluff |
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Frente a la Stewart Island, la más austral de NZ, en Bluff |
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De noche por el trekking de vuelta estaba segura que algo me estaba mirando desde el costado. Con un flash revelé el misterio! |
Cuando 3 días después nos dimos cuenta que no
encontraríamos trabajo allí, nos dirigimos otra vez al norte, pasamos a
Balclutha donde nuestros amigos Karen y José trabajaban en una lechería -una
con prácticas menos horribles que las de nuestra ex lechería, por lo que no sé
si desaconsejar el trabajo en una, creo que nosotros fuimos a caer en la peor
lechería de NZ-. Pasamos una noche con ellos y fuimos a mi segundo sueño en la
vida: Dunedin. Creo que uno de los lugares en los que soñar con gastar mi vida
allí para siempre y jamás aburrirme, es Dunedin.
La ciudad más antigua –y no destruida- de NZ, llena de
Universidades, hermosas iglesias anglicanas y mucha vida, sumado a que está
situada frente a la increíble Península de Otago, con miles de animales –pingüinos,
focas, pájaros, etc-, paisajes insuperables, playas preciosas y desoladas y
todo a un par de kilómetros del centro de la ciudad. Un lugar para quedarse.
Allí aplicamos a la extensión de la Working Holidays y
nos la dieron en 2 días, buscamos trabajo y aplicamos a cuanta agencia de
trabajo encontramos y visitamos casi toda la ciudad. Fuimos al soñado mundo Cadbury
–lo que yo imaginaba como la fábrica de chocolate de Willy Wonka y no había
nada más alejado que eso- que por 16 dólares te regalan como 3 barras pequeñas,
nunca ves ningún proceso, y lo único que vendría valiendo la pena fue haberse
sacado la foto en el autito Cadbury y los muñequitos de la entrada, que se ven
sin pagar. Conocimos Baldwin Street, la calle más empinada del mundo, la
iglesia anglicana más vieja de Otago –me encanta que en NZ las iglesias más
parafernálicas no sean católicas- donde ensayaban una orquesta preciosa que
tuve la suerte de presenciar gratis, fuimos al Museo, al Jardín Botánico y pasamos varias tardes en Allan Beach, la
que yo considero la playa más hermosa que conocí en ese país, alejada de todo,
rodeada de bosques, lagos y cerros rocosos, donde me encontré con pingüinos y
focas tomando sol en la arena y la más exquisita tranquilidad.
En Dunedin estuvimos poco más de una semana, mientras
buscábamos trabajo lo único que conseguimos fue trabajar en pruning –poda- en
vides en Kurow, a 4 horas al norte de Dunedin, así que antes que nada,
preferimos movernos a Kurow y decirle adiós a Dunedin, esperando siempre que
nos llamaran de algún trabajo de los que habíamos aplicado allí. En esos días
ya nos habíamos sentido tan a gusto en Dunedin que nos dio pena dejarlo, después
de haber sido esclavos en la lechería habíamos encontrado allí el descanso y
casi hasta conseguido eliminar el dolor muscular de todo el cuerpo. Fue un buen
tiempo.
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Cadbury Factory |
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First Church in Otago |
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Otago Peninsula |
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Allan Beach |
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Allan Beach |
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Allan Beach |