sábado, 8 de febrero de 2014

Oamaru, my true love




Cuando vivíamos en Kurow, en medio de la montaña y las ovejas, acostumbrábamos ir los fines de semana a Oamaru a hacer las compras de supermercado, poner bencina en el auto y hacer algo de vida de ciudad. Oamaru es la ciudad más importante del distrito de Waitaki, en el corazón de Otago, una ciudad junto al mar, de edificios antiguos y como se autodenominaba a sí misma, la capital del Steampunk. Sé que me enamoro fácil de los lugares, pero de Oamaru fue amor verdadero. De ese puro y sincero amor de una vez en la vida y para siempre. Mi vida no es lo mismo después de haber conocido Oamaru y mi sueño desde entonces es trabajar en Kurow Winery y vivir en Oamaru para siempre. Tener una casa con una hermosa vista al mar y escribir, pintar, disfrazarme con trajes steampunk los fines de semana y hacer cosas shuper, como la mayoría de los ciudadanos de Oamaru. 

Cuando íbamos a Oamaru, a 45 minutos de manejo desde donde vivíamos nosotros, acostumbrábamos ir escuchando a Beirut en el auto, por lo que para mí Beirut es Oamaru y Oamaru suena como Beirut, por lo que no puedo escribir acerca de mi amado Oamaru sin poner Beirut y acordarme de tantos momentos bonitos allí. Simplemente la combinación perfecta.



Algo muy sabio que me dijo Elisabeth una vez es que a los lugares hay que darles tiempo, si vas a una ciudad o un pueblo, no puedes pasar 2 días y creer que ya lo conoces. Necesitas una semana al menos para respirar el ambiente y entenderlo. Eso me pasó con Oamaru. Me pareció preciosa desde el primer momento, pero con el tiempo me fui dando cuenta que era un lugar exquisito. Resulta que por esas latitudes tan sureñas uno no espera que en una ciudad pequeña haya tanta expresión artística junta, con tantas salas de exhibición, tanta pintura y poesía, clubes de música local en vivo e incluso con festivales. Pero Oamaru tiene todo eso y más. El estilo victoriano de sus edificios y calles en medio de la marcada presencia del Steampunk en cada rincón de la ciudad la convierten en una joya invaluable. En serio, a mi gusto es la ciudad con más actitud de toda Nueva Zelanda.



El antiguo puerto en Harbour Street que data de 1880 es el centro neurálgico de todo el movimiento artístico de la zona. Un barrio antiguo que otrora fuera el puerto y los galpones donde guardaban los productos del comercio como lana y granos, hoy son galpones de exhibiciones artísticas de diversos tipos y –por qué no decirlo- los más raros que he visto en la vida. Por esas mismas calles se encuentra la bodega de Birdland, cuyo enólogo te hace la degustación y venta de vinos al mismo tiempo que hace sus vinos en viejas barricas en la parte de atrás del galpón. Lo mismo con la whiskería a pasos más allá. Locales con artesanías abundan y uno que otro café junto a la panadería que llena cada rincón con el fresco aroma del pan en el horno. Incluso la sombrerería junto al callejón es un lugar que encanta. Y para qué hablar de los tearoom, eso es otra cosa. 

Harbour Street
Harbour Street

Harbour Bakery, famosa en todo Otago

Galerías en Harbour Street
La sombrerería, donde uno podía probarse todos los sombreros victorianos y viajar al pasado
Grainstore Gallery, lo más bizarro y fascinante que he visto en mi vida en una sala de exposición. (aunque era como estar en el video Tonight tonight de Smashing Pumpkins)
La whiskería

En la ciudad abundan los salones de té como cosa normal, pero en el centro de la ciudad se encontraba el Annie’s Tearoom, un lugar para no creerlo. El precioso edificio estilo victoriano no es nada comparado a la sensación de entrar y quedar atrapado en una época pasada donde toda la decoración luce como hace 150 años atrás, mientras ves que las meseras visten con largos vestidos blanco y negro como las empleadas de aquella época, te tratan de “madame” y te sirven un exquisito té en tazas antiguas de bordes dorados donde ninguna es igual a la otra y todas conforman casi la exhibición de un museo. Lamentablemente leí que lo cerraron el invierno pasado, creo que era un gran valor para la ciudad. 


Annie's Tearoom
Annie's Tearoom en el centro de la ciudad
Annie's Tearoom
Nuestra once en Annie´s

Pero aún hay tantas cosas que nombrar. El museo del Steampunk, un edificio siniestro con una exposición bizarra a decir basta donde todo interactúa y bueno, más que el museo vale la pena ver las obras en la calle. En todos lados se pueden ver piezas de alguna obra Steampunk, y si eso no es suficiente, entonces se puede visitar el barrio antiguo los domingos, donde se instala la feria de productores orgánicos, todas las galerías de arte y almacenes están abiertos y rebosantes de gente y todos disfrazados a la usanza Steampunk y victoriana. Niños, jóvenes y abuelos salen a lucir sus vestimentas antiguas, sus armas estrafalarias y sus bicicletas pretéritas. Incluso hay una joyería steampunk con piezas preciosas que siempre quise tener. La mezcla de expresiones es impresionante. 


Harbour Street un domingo cualquiera
La bicicletería de la esquina ofrecía bicicletas antiguas y podías probarlas por los alrededores
Harbour Street
La bicicletería antigua
La joyería Steampunk

Tuvimos además la fortuna de presenciar el Festival de Oamaru que se hace todos los años en Noviembre, cierran las calles y hace bailes, concursos, exhibiciones callejeras y mucha venta de comida en puestitos en la calle. Si ya creía que la gente de Oamaru estaba un poco chiflada –cosa que me encanaba y que admiraba al mismo tiempo- entonces el Festival es la apoteosis. Chaplin, Merry Poppins y algunos magos caminaban tranquilos comprando golosinas en la calle. Definitivamente un espectáculo precioso y de lo más interesante que vi en mi estancia en Nueva Zelanda.

Personajes en el Festival de Oamaru
Show callejero en el Festival de Oamaru
Festival de Oamaru
Feria de las pulgas en el Festival de Oamaru

Festival de Oamaru
Festival de Oamaru, ese pobre se sacó la mugre

Festival de Oamaru


Y al atardecer, cuando crees que lo has visto todo, aparecen ellos, los dueños de la ciudad, en sus hermosos trajes azules y su fascinante forma de caminar regresando desde el mar a sus respectivos hogares esparcidos por alrededor. Los pingüinos azules. Como si nada, salen del agua al atardecer y caminan hasta perderse entre las calles, algunos viven en Harbour Street junto a los artistas, otros son más modernos y llegan hasta las casas de las calles principales, donde la gente les construye sus casitas y los dejan en paz, para que vuelvan cada día al atardecer. Increíble. Mi mente tercermundista no me permitía hasta ese momento creer que humanos y animales pudieran vivir en tal completa armonía. Bueno, kiwis, son especiales. Hay por toda la ciudad letreros sugiriendo dejar en paz a los pingüinos. Están prohibidos los perros cerca de la playa y por toda la ciudad se pueden encontrar pequeñas casitas construidas por la gente y usadas por los pingüinos. Es algo hermoso. 

The cutest traffic signal ever!
Pingüino azul (Blog no soporta formatos que no sean jpg, no es mi culpa la pésima calidad!)
Pingüino azul
Mientras escribo lo único que quiero es volver a Oamaru. El paraíso no es un lugar sino un momento en tu vida dice Boyle en su película y yo pienso que Oamaru fue para mí el paraíso, cada vez que Beirut suena en mis audífonos, puedo volver a sus calles un ratito, oler el pan saliendo del horno y escuchar a los artistas callejeros del barrio antiguo. Sí, ese fue el mejor tiempo en Nueva Zelanda y de los mejores en mi vida. Mi lugar favorito en el mundo.

Señal para encontrar el Penguin Club, lo bohemio de Oamaru
Oamaru



 Enamorándome de Oamaru
Opera House, Oamaru




La estación de tren de Oamaru

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