Nuestro plan, como el de la mayoría de los Working Holidays,
era juntar plata y recorrer el Sudeste asiático, y como nosotros no estábamos para
ir en contra de la corriente, nuestro sueño, como el de los mil
chilenos que vamos al año a esos rincones del mundo, era el de creerse Di
Caprio un rato y soñar con conocer The Beach, que fue casi el objetivo de todo
lo que vino después.
Así fue como es que después de arrancar de la granja,
darnos cuentas de que sólo nos quedaban 3 meses de visa para juntar la plata
para el dichoso sueño ese, y ver casi con arcadas nuestras paupérrimas cuentas
en el banco, es que decidimos ordenarnos, ponernos serios y juntar plata de una
vez. Y con esto quiero recalcar que la frase que aprendí al salir de Chile “el
que la sigue la consigue” se convirtió realmente en un pilar en mi vida cuando
en 3 meses de trabajo arduo logramos lo que no pudimos en un año de
despilfarros varios. Con el pruning y el thinning en Kurow, ganando el sueldo
mínimo legal en Nueva Zelanda, el sueldo más bajo que tuvimos en nuestra
experiencia Working Holidays, compartiendo el auto, reduciendo gastos, pagando
una acomodación muy barata en Glenmac, y aún así dándonos cierto lujos como las
infaltables cervezas en las noches de fogata, el cadbury semanal o las
soñadas vacaciones en Queenstown, logramos la meta, salir de Nueva Zelanda con
plata para recorrer el Sudeste asiático. Así que sí, doy fe de que se puede
ahorrar como Working Holiday en Nueva Zelanda.
El asunto fue más o menos así, yo quería irme con dos
experiencias de vendimias en Nueva Zelanda, la visa se nos acababa a mediados
de diciembre, por lo que durante los meses en Glenmac nos dedicamos a armar el
plan perfecto: postular a una vendimia en Nueva Zelanda para marzo y ocupar
esos 2 meses y medio sin visa entre diciembre y marzo, recorriendo el sudeste
asiático, postulando mientras tanto a un nuevo Work Permit para poder volver a
Nueva Zelanda en marzo. Fue así como conseguimos trabajo para los dos, pero en
diferentes Viñas y diferentes islas. Yo comenzaría a trabajar a principios de
marzo en Napier y Eduardo viajaría a fines de marzo para trabajar en Blenheim.
Nuestro viaje de dos meses y medio consistiría en un principio en conocer 3 países: Singapur, Malasia y Tailandia, porque pensábamos que llegando a
Tailandia postularíamos en Bangkok al Work Permit para volver a Nueva Zelanda y
nos retendrían el pasaporte, por lo que no podríamos salir de Tailandia durante
el proceso, cosa que tampoco sonaba mal, para qué estamos con cosas, era el
país donde tenía todas mis expectativas puestas. Si conseguìamos rápido el Work Permit y la plata aún nos alcanzaba, nos encaminaríamos hacia Cambodia y Vietnam.
Compramos pasaje a Singapur porque era lo más barato
en ese momento -620 dòlares-, diciembre es temporada pick, ni siquiera alta, Pick! lo más
caro de lo caro, y desde Singapur un vuelo a Kuala Lumpur y desde allí a Krabi,
Tailandia, y un pasaje de vuelta a fines de febrero desde Bangkok a Auckland,
convencidos de que nos iría bien y volveríamos a Nueva Zelanda. El resto de los
pasajes y la ruta en sí iría saliendo en el camino, lo único que teníamos claro
era que terminaríamos en Bangkok, donde nos darían el Work Permit para cumplir
el plan perfecto.
A principios de diciembre y antes de vender el auto
nos pusimos las vacunas en Christchurch en Travel Doctor, las que recomiendan
allí son la del Tétano, Dipteria, Tifus y Hepatitis A, todas esas en sólo dos
pinchazos, nos compramos un mosquetero, un montón de repelente en spray y las
pastillas de la Malaria, que pese a que el doctor NO las recomendó porque en
temporada seca en el sudeste asiático y según la ruta que indicamos, más una
correcta aplicación del spray, las probabilidades de contagio de Malaria son muy
bajas, las llevamos igual –tener un pololo con un hermano médico exagerado
tiene a veces sus contras- básicamente
para hacer feliz a Eduardo –de hecho yo me puse las vacunas sólo para hacerlo feliz a
él, porque la cantidad de mercurio que me debo haber metido en las venas
me va a terminar matando mucho antes de que pise un clavo oxidado en las selvas
tropicales del sudeste- pero en fin, ya fue, gajes de oficio.
De equipaje, fui consciente por primera vez en mi vida
–aunque es fácil ser consciente cuando se va a un lugar tropical y las prendas
son harto más pequeñas que las que se necesitarían para otros destinos- y
llevamos 9 kilos cada uno en mochilas Kathmandú que compramos en Christchurch
también para la ocasión, las que subimos con nosotros a la cabina del avión
como bolsos de mano, por lo que no pagamos maletas extras.
Nuestro equipaje entero lo dejamos en Glenmac,
pensando en volver allí a buscarlo Dios sabe cómo, a la vuelta del viaje. La
plata la llevamos toda en nuestras tarjetas del banco ANZ y sólo la plata de la
venta del auto la llevamos en dólares americanos en el bolsillo. En nuestro
último día en Nueva Zelanda, en un soleado día en Auckland, pasé a ver a mi amiga
Karina de Chile, con la que nunca nos habíamos topado en Nueva Zelanda, comimos
en un restaurant Koreano –God save the korean food!- y para terminar nuestra
experiencia kiwi de una manera magnánima, al anochecer, nos fuimos a ver El
Hobbit, que se había estrenado 4 días antes, en la fabulosa pantalla IMAX de
Auckland, única en el país. Fue un final perfecto. Esa noche nos fuimos a
dormir al aeropuerto porque a las 5 de la mañana del día siguiente debíamos
abordar el avión que nos llevaría al tan anhelado sueño de conocer Asia.
Y así comenzó la aventura en ese nuevo continente, la
mejor y más intensa de nuestras vidas. Porque Nueva Zelanda fue una experiencia
hermosa, pero Asia es otra cosa. Un lugar para conocerse a uno mismo y
encontrar el camino. Eso fue para mí. Y eso es lo que voy a tratar de contar
aquí.