Cuando uno decide hacer un viaje largo hay
muchas cosas que te cuesta dejar. La familia es lo primero, obvio, los amigos
también, pero debo confesar que para mí lo más difícil fue despedirme de mi
gato. Con el que dormí todas las noches durante los últimos once años. En ese
momento yo no sabía que ésa era la última vez que lo veía. No intuí que los
gatos no son tan independientes como aparentan y que cuando sus dueños los
dejan no luchan más por sus vidas, que mientras me despedía la leucemia lo
atacaba en silencio, y que cuando su mamá se fue ya no quiso luchar más.
Siempre hay consecuencias en cada decisión. Y la mía fue perder mi pequeño tesoro peludo.
Lo besé incansablemente y le prometí volver, le
dije que lo amaba, que se cuidara y que me esperara, lo abracé entre lágrimas, me paré y salí de mi pieza cerrando la puerta,
para que no me viera salir con las maletas. Antes de partir, abrí la puerta y lo
miré desde el umbral, él estaba en mi cama, me miró, paró sus orejitas e hizo el ademán de ir
hacia mí. Ese momento está clavado en mi retina, porque fue la última vez que
lo vi. Él sabía que era una despedida. Yo estaba atrasada y no quería que se levantara de la cama, le dije “nos vemos”, volví a cerrar la puerta y
hasta el día de hoy me arrepiento de no haber vuelto a besarlo una vez más.
Cerré la puerta y me fui al auto. Esa fue la última vez que lo vi.
:(
ResponderEliminar(sí, ahora yo te leo a ti :B)