Mientras seguíamos trabajando en
las manzanas con George, el viejo y gruñón irlandés que fue por 3 meses nuestro
jefe, trabajando contra viento y marea
en un febrero lluvioso y cambiante como fue el pasado 2012, hicimos un viaje de
fin de semana a conocer los globos aerostáticos en una muestra que se
realizaría en Masteron y Carterton, en la región de Wellington. Una vez más
tomamos el auto y partimos por la carretera 2 rumbo a ver por primera vez en
nuestras vidas los soñados Balloons.
Quizás no sea algo tan
extraordinario pero para mí fue una experiencia increíble. Nunca había visto de
esos globos en mi vida, lo sublime hubiese sido subirse a uno, claro, pero no
existía la opción. Tan sólo verlos ya me parecía un milagro divino. Después de
manejar unas 3 horas hasta Masterton, llegamos a una especie de feria
costumbrista con puestitos de comida, hot dogs, pop corn, pizzas y cosas por el
estilo rodeando una gran cancha de pasto donde las familias se desplegaban
alrededor con mantas y canastitas de picnic y en cuyo centro los globos
comenzaban a ser inflados para formar parte de la exposición durante el
atardecer. La estrella de la tarde era un globo con forma de Panda que
protagonizaba todos los carteles publicitarios del evento. Se inflaron –el Panda
a medias no más- hicieron un show musical con las llamaradas de gas -un show bastante
absurdo- y terminaron invitando al público a reunirse en Carterton al día
siguiente para verlos volar.
Hay que confesar que algo de
decepción sentí cuando me enteré que esa noche no volarían, que sólo los
inflaban, que viajamos 3 horas por verlos inflados –algunos incluso a medio inflar
tambaleándose penosos entre la multitud- y nada más, pero fue bonito de todas
formas.
Esa noche dormimos en el auto. No
queríamos gastar más plata y decidimos estacionar en alguna parte discreta y
dormir como pudiéramos. Eso hicimos y al día siguiente, cansados y algo
lagañosos partimos temprano a Carterton
antes de lo indicado y mientras entrábamos en el pueblo vimos unos globos perdiéndose
en el horizonte. Aceleramos, nos bajamos corriendo y en el lugar –a eso de las
7 de la mañana- ya no había nada. Se habían ido. Consultamos a un señor en un carrito
de hog dogs –que a esa hora ya emprendía su retirada- y nos dijeron que
por problemas de viento sólo habían volado 2 o 3 globos y que ya habían despegado.
El Panda no había asistido. Decepcionados decidimos que de algo debía valer
nuestro esfuerzo de haber llegado hasta allá desde Haverlock North el día
anterior, por lo que llenos de despecho, decidimos manejar sin rumbo por
Carterton hasta encontrarlos. Dimos un par de vueltas y vimos uno a lo lejos,
Eduardo aceleró, se metió en pasajes estrechos doblando por calles desconocidas hasta que
llegamos a él. Un lindo balloon que estaba aterrizando en un pequeño parque, pronto todo estaba rodeado de niños y gente sacando fotos. Fue un lindo espectáculo. Saqué mis respectivas fotos y me
sentí satisfecha.
Al regreso decidimos visitar el
Pukaha Mount Bruce National Wildlife Centre, en Eketahuna, un pueblito casi
fantasma en la carretera 2. Es una de las reservas donde es posible conocer –entre
otros bicharracos- a estos hermosos pajarillos que les dan sentido a Nueva
Zelanda y toda su onda, los kiwis. Se les dice kiwis a los neozelandeses, a la
fruta y a su dólar básicamente por este pajarito que no se encuentra en ninguna
otra parte del mundo. Y como no es extraño ya a estas alturas, está en peligro
de extinción. No podía irme de Nueva Zelanda sin conocer un kiwi real, así que
pagamos los 20 dólares de entrada y cámara en mano entramos por un hermoso
bosque-aviario donde mezclan jaulas de pájaros en medio del bosque, hasta dar
con el lugar de los kiwis. Una puerta misteriosa con un letrero que prohíbe el
flash y el ruido en medio del bosque, te indica que estás en buen camino. Al
entrar al pequeño edificio, en medio de una oscuridad casi absoluta, un gran vidrio te separa del hábitat de estos pajaritos que,
cuales niños en fiesta de fin de año, corrían de un lado a otro jugando,
saltando, buscando comida, explorando cada rincón, como si su fuente de energía
interna fuera inagotable. Los kiwis son preciosas bolitas de pluma con patas, un largo
pico y llenos de vitalidad. Hacen su vida de noche, por lo que los mantienen con luces rojas y ténues durante el día.
El Kiwi blanco |
Como habíamos dormido en el auto,
nos habíamos levantado muy temprano y a esa hora no habían más turistas que
nosotros. Vimos al kiwi blanco, el único ejemplar en el universo entero, que a
esa hora jugaba –aunque solito el pobre- corriendo de un lado a otro, un
hermoso show para nosotros, luego se escondió y no volvió a salir. Los turistas que
comenzaron a esa hora a llenar las instalaciones buscaban al famoso kiwi
blanco, pero no pudieron verlo. Había salido a saludarnos sólo a nosotros, por
lo que estábamos más que complacidos.
Kiwi bebé |
Terminamos de ver cuando
alimentan a los bebés kiwis –unas preciosuras irresistibles- y salimos a
recorrer el resto de sendero que nos faltaba por ver. La reserva en sí consta
de varios senderos que puedes recorrer para conocer las especies de flora y
fauna que se encuentran allí. Creo que es algo mágico. El bosque, el sonido de
los pájaros y el de unos bichitos –que no sé su nombre pero que hacen un sonido
ensordecedor en el bosque entero- conforman un mundo increíble. Los árboles
corresponden a robles traídos del norte de California y son los árboles más altos
del mundo, pueden medir hasta 110 metros de altura y vivir 2000 años. Este tipo
de información me abruma y me hace sentir pequeña. Que un árbol pueda vivir
2000 años mientras nosotros apenas 90 –y con suerte- me produce una admiración
indecible por la naturaleza. Luego de un par de horas disfrutando de la paz indescriptible
que se siente en bosques como ese, volvimos a casa en Haverlock North, con el
espíritu renovado y amando todavía más este país de ensueño. Después de eso, los Ballons habían pasado a
ser tan sólo un detalle en el paseo.