miércoles, 19 de marzo de 2014

Singapur





Cuando nos bajamos del avión en Singapur y pisamos tierras asiáticas fue impactante ya desde el primer momento, incluso considerando que Singapur es lo más occidental de Asia y el imponente aeropuerto Changi, el segundo más grande del mundo, no es suficiente para atenuar el impacto de ver militares con metralletas en las manos paseándose entre los pasajeros y carteles en la aduana advirtiendo que la tenencia de cualquier tipo de drogas está penada con la muerte. Lo que se llama un caluroso recibimiento.

Pero no es nada terrible, la gente en general nos trató amistosamente y como el inglés es una de las lenguas oficiales del país, fue casi como estar en NZ. El metro llega hasta el aeropuerto mismo, y por SGD$2,5 –que valen casi lo mismo que los dólares kiwis- salimos del aeropuerto internacional hasta el centro mismo de la ciudad. Una preciosura. Lo que no fue tan lindo fue el primer encuentro con el clima tropical en la vida, sentía que casi no podía respirar, que el aire era una masa espesa que no me cabía en la nariz. Bueno sí, siempre he pecado de exagerada, pero fue más o menos así. Yo estaba como perrito de departamento en su salida dominguera, por lo que todo me parecía curioso y excitante, así que el clima fue otro objeto más de admiración y mientras esperábamos el metro mirando las grandes plantas tropicales que rodean el aeropuerto yo ya me sentía en la jungla misma.

Así que si las grandes plantas del aeropuerto me tenían impactada, hablar de la impresión de bajarse del metro directo a Chinatown, sería la apoteosis máxima del asombro mismo. Y recuerdo esa imagen, la que aparece luego de subir las escaleras del metro, como uno de los momentos más increíbles de mi vida. No cabía duda, estaba en Asia, y ese preciso momento fue la confirmación de todo lo que hasta ese momento parecía un sueño. Ahí, en medio de Pagoda Street, el revoltijo de gente promocionando sus mercancías, puestos de comida, adornos chinos, turistas, calor, guirnaldas y mucho bullicio me dieron la verdadera y exquisita bienvenida al continente. 

Pagoda street, Chinatown, la primera imagen que vi de Asia


Sin reserva previa de algún lugar para quedarse, pero con algunos datos previos de booking.com, llegamos al primer Backpacker y nos quedamos en ese. Era el Backpacker Inn Chinatown, limpio, habitación privada y con Aire acondicionado -que luego de un par de vueltas por la ciudad sospeché sería un must en el resto del viaje- en el corazón de Chinatown, bastante bueno, por SGD$55 para dos. No teníamos ánimos de regodiarnos, después de como 15 horas de vuelo y guardando las pocas fuerzas que teníamos para salir a recorrer un poco, pagamos, cambiamos los jeans y zapatillas por short y chalas, y salimos a caminar. Era alucinante.

Fuimos a comer y no entendimos muy bien cómo pedir, por lo que nuestro primer plato asiático fue un arroz con pollo muy fome. Recorrimos todo Chinatown, visitamos el Sri Mariamman Temple, un templo hindú y el primer templo extraño que veía en mi vida, por lo que la emoción de sacarse las chalitas y entrar descalza en él fue sublime. Pero un rato adentro me percaté de que mi short era demasiado corto para la ocasión y salí casi corriendo, temiendo haber sido irrespetuosa con la religión y por el consiguiente bulling de los locales. Luego de eso ya simplemente no teníamos energías y nos fuimos a dormir. 

Sri Mariamman Temple
Sri Mariamman Temple
Al otro día desperté y el grito de un pájaro selvático me recordó dónde estábamos y me sentí increíble, en un segundo ya estaba totalmente lúcida y con energías para saltar de la cama, ducharme y salir a caminar. Habíamos llegado de noche el día anterior, por lo que éste era mi primer día en Asia. Teníamos pasaje a la mañana siguiente a Kuala Lumpur, así que en pro de abaratar costos –y porque no queríamos tomar un taxi a las 4am en una ciudad extraña- esa noche dormiríamos en el aeropuerto, por lo que hicimos el check-out en el Backpacker y no pedimos dejar las mochilas ahí por todo lo que habíamos leído acerca de Asia y el robo y las llevamos con nosotros. Y aquí me es inevitable no acotar que a mi parecer, los chilenos, aunque más bien los santiaguinos que se quejan del robo en Asia son unos patudos, Santiago es para mí el lugar más peligroso en el que he estado así que no se hagan los primer-mundistas horrorizados por las malas costumbres de los asiáticos! Porque en Santiago sí que es donde las papas queman! –como diría una vez más mi sabia madre-.

Así que mochila al hombro y mapa en mano, caminamos por South Bridge road, cruzamos el Singapore River y nos fuimos por la costanera hacia el Asian Civilizations Museum, embobados por la maraña de edificios modernos con jardines exuberantes, calles impecables y todo tan moderno que parecía del futuro. El museo, que aparecía como un Must en la Lonely Planet –la cual fue mi biblia para los 2 primeros países y luego me aburrí- costaba SGD$8 y es muy recomendable sobre todo por las visitas guiadas que no tienen costo adicional, con la que llegando a Asia puedes tener una cierta idea de las culturas con las que vas a encontrarte y aprender una pincelada de las religiones presentes por esos lados: el budismo, el islam, el cristianismo, taoísmo e hinduismo. Y otra ventaja fue que pudimos dejar nuestras mochilas en el locker y salir a recorrer la ciudad el resto del día hasta la hora del cierre del museo. 

Cerca del museo está Marina Bay y lo más famoso de Singapur: el Merlion –mitad merluza y mitad león se burlaba Eduardo-, el símbolo del país, un ser formado por la cabeza de un león y el cuerpo de un pez, que escupe agua por la boca, donde convergen todos los turistas cámara en mano y nosotros no podíamos ser la excepción. El lugar es hermoso, una bahía rodeada de los más impresionantes edificios modernos y famosos protagonistas de las más envidiables postales, cuya estrella indiscutida es el Marina Bay Hotel, un edificio sacado de una película de ciencia ficción. El lugar es bonito, y si a eso se suma que Singapur es una de las entradas a Asia, uno de los centros financieros más importantes del mundo y que ese paisaje futurista se convierte en lo primero que ven muchos turistas que llegamos a Asia, entonces debo agregar que es bastante impresionante. 
 
Marina Bay y el Marina Bay Hotel

Caminamos hasta el infinito, almorzamos unos platos más interesantes aunque seguíamos sin achuntarle a nuestros pedidos, y nos fuimos a Little India, siguiendo los imperdibles de la Lonely Planet, pero al llegar allá no nos gustó mucho y luego de un par de vueltas desinteresadas volvimos al museo a buscar las mochilas, recorrimos Eu Tong Sen Street, una de las calles principales donde aún haciéndole caso a la Lonely Planet fuimos a parar a Yixing Xuan Teahouse, un lugar para degustaciones de té muy recomendable. Probamos algunos tés y comimos un pancake bastante raro, cubierto con hojas de té verde, muy bueno. La señora del local amablemente se sentó con nosotros un rato y nos conversó acerca de Singapur y del té. Cuando le dijimos que nos íbamos a Kuala Lumpur nos dijo “uf! Tengan cuidado es muy peligroso, no es como Singapur” y nosotros temimos un poco, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que en todos lados la gente decía lo mismo del país vecino. 

Luego del té y la conversa estábamos listos para dormir, pero volvimos a Chinatown a comprar algún recuerdillo, darnos las últimas vueltas y caer en los encantos de un señor vendedor al que le pedí un protector para el lente de mi cámara y terminó vendiéndome  un gran angular sin saber cómo –estos asiáticos secos-. Tomamos el metro devuelta al aeropuerto y nos acomodándonos en una banca por ahí para pasar la noche antes de nuestro vuelo a Kuala Lumpur. Y esa fue nuestra experiencia con Singapur, una ciudad a mi gusto hermosa, una pasada de día y medio que no fue suficiente para conocer la ciudad, pero sí lo fue para llevarme un buen recuerdo conmigo.  


Costanera del Singapore River
Singapore River
Costanera del Singapore River
Merlion, en Marina Bay
Marina Bay
Nuestro primer encuentro con la "frescura" de los alimentos en el sudeste Asiático, si bien esto no es nada para lo que veríamos más adelante, nos impactó harto



Costanera del Singapore River


Costanera del Singapore River
Little India
Little India
Yixing Xuan Teahouse
 


martes, 11 de marzo de 2014

New Zealand for the third time




En el aeropuerto de Santiago por tercera vez, despidiéndome de mi familia con la misma emoción y tristeza que al principio sin terminar de creérmelo –porque ya por tercera vez debería haber sido más fácil- abordé el vuelo LA 801 rumbo a Auckland –descubrí que ese trayecto tiene siempre ese mismo código- un jueves 27 de febrero del 2014 y aquí estoy, en la Tierra Media, mi lugar favorito, por tercera vez. 

Esta vez será diferente intuyo, tengo un trabajo algo más serio, así que algo debería cambiar supongo. Cuando nos bajamos del avión con Eduardo y cruzamos ya por tercera vez el umbral de figuras maoríes que te recibe al entrar al país, nos emocionamos casi de la misma forma. Pero sólo casi, porque igual fue más impresionante la primera vez. Nos acomodamos en el patio de comida del sector Departures y nos quedamos allí a esperar el desenlace. En pocas horas Eduardo tomaba un bus hacia Napier y yo un avión a Blenheim. Nos comimos un meatball footlong en el Subway –nuestra cena favorita en NZ durante nuestra larga estadía anterior- celebrando nuestro único momento juntos en Nueva Zelanda antes de separarnos y cuando llegó ese momento apechugamos. Eduardo se subió a su bus y yo me fui a esperar mi vuelo a Blenheim, que de paso aclaro fue del terror, el avión casi de juguete, sin manga y con hélices, pero las vistas que tuve al recorrer por aire toda la costa oeste de la isla norte y luego la impactante y montañosa entrada a la isla sur, me dejaron perpleja. Sin dejar de mencionar por supuesto la llegada a Blenheim, sobrevolando a escasos metros sobre los viñedos infinitos y verdes, y espalderas rebosantes de racimos esperando la cosecha. Una belleza . Y recordé, después de la pena de separarme de mi familia y también de Eduardo, por qué había querido volver. Es que Nueva Zelanda es simplemente un sueño. 
 
Acá en Blenheim, Erin y Eric me esperaban con las puertas de su casa abiertas así que me quedé con ellos. Fue un lindo reencuentro. Comencé a trabajar de inmediato y aquí estoy, tratando de acostumbrarme aún a este cambio. Y como estaré trabajando aquí mismo durante bastante tiempo no tendré ya muchos viajes de qué escribir, por lo que seguiré escribiendo acerca de Asia. En mi nuevo ambiente laboral por otra parte, me he sentido de maravillas. Y es que tener jefes kiwis es algo que me sienta bastante bien, sumado a estar en una linda bodega, haciendo buen vino con un montón de gente adorable es un verdadero regalo divino.

Y a poco más de una semana de mi llegada he descubierto Wither Hills, las colinas que se levantan a pocos pasos de mi hogar, poseedoras de un montón de trekkings para pasear durante los hermosos atardeceres kiwis. Por lo que en los dos días libres que he tenido me he recorrido 2, desde donde se puede ver Blenheim, en medio del valle y los viñedos, el mar y los exuberantes atardeceres,  y cuando está despejado incluso la isla norte, justo frente a Blenheim.     

En fin, aquí estoy. La tercera es la vencida dicen, y yo no sé qué significado darle a eso en estos momentos cuando ya ni tan segura estoy de nada. Sólo sé que Nueva Zelanda es un lugar maravilloso y que si estoy aquí por algo debe ser.  

En el patio trasero de mi nuevo hogar en casa de Eric y Erin
Wither Hills
Wither Hills
Wither Hills
Wither Hills