viernes, 20 de diciembre de 2013

Goodbye dear Oliver




Cuando Eduardo se fue, pasé por varias etapas de indecisiones personales, preocupándome por no tener un plan que me gustara, y yo sin un plan de vida no puedo estar tranquila, buscándole un sentido a las cosas, etc. Uno de esos procesos algo grises por los que uno pasa de vez en cuando en la vida pero que finalmente son necesarios. Decidí miles de cosas, planeé otras cuantas, y me planteé parar de quejarme y tratar de hacer las cosas que quería, ser valiente y arriesgarme a cruzar ríos.

Así fue cuando llegó el día en que la vendimia terminó, y decidí quedarme unos cuantos días más en Oliver descansando, y darme tiempo para lo que más quise hacer durante todo el tiempo allí: el trekking a la montaña de Oliver. Le dije a 2 compañeros de trabajo si les interesaba la idea y ambos salieron con excusas, así que me di cuenta que debía hacerlo sola y que eso no debía asustarme, ya que muchos me habían dicho que hacer trekking en Canada era algo peligroso por los osos y los pumas, coyotes y lobos y que lo recomendable era ir acompañado, aunque algunos canadienses me dijeron que no era gran problema porque la mayoría de las veces los animales huyen del ser humano. Con esa estadística algo primitiva pero alentadora fue como un día me levanté temprano, tomé mi nuevo desayuno canadiense favorito en casa –café con crema y wafles con mantequilla y Maple syrup- y partí en un día de sol insuperable, pero abrigada hasta los dientes para resistir la máxima de -11°C que hizo ese día.

Fue una experiencia maravillosa. Me sentí bien conmigo misma, subí el cerro, vi muchos venados y huellas de oso plasmadas en la nieve –o puma, o un mamífero grande- y una vista preciosa al valle de Okanagan. Cuando bajé decidí caminar hasta el lago escuchando mi canción de victoria: Zero de Yeah yeah yeahs, y terminé luego la tarde en un bonito café donde me compré un cheesecake de limón y coco y un cappuccino, el primer café que me tomaba en un restaurante, sola. Fue una tarde perfecta. Cuando volví a casa, me sentía otra persona. Había subido un cerro con osos sola, ya no había nada que no pudiera hacer.

Trekking in Oliver Mountain

Huella de oso o qué se yo

Oliver from Oliver Mountain

Tuc-El-Niut Lake en Oliver
 
 In Oliver Mountain Summit!
 
Mi primer café conmigo misma de la vida, en Oliver


Al día siguiente partí a Penticton –la ciudad más cercana a Oliver- a cerrar mi cuenta de banco, tomé el bus a las 6 de la mañana y llegué a Penticton a las 7 am aún de noche y con -10°C, así que decidí quedarme en un café y leer un rato, terminé finalmente “La Peste” de Albert Camus y luego de que mi apetito se activara y ver a varios oriundos del lugar pedirse un super desayuno con tostadas, huevos fritos, jamón y hush –una cosa aceitosa que supongo era papas fritas raras-, decidí ir por uno de esos. A las 9 am salí a caminar un poco y el frío que hacía me hizo replantearme mis ganas de pasear. Fui al banco y esperé calentita a que me atendieran, hice mis trámites y luego salí a caminar nuevamente, dispuesta a conocer el lago, su costanera y alguna otra gracia de Penticton. Era el único día que tenía para conocer esa ciudad así que cámara en mano recorrí  toda la costanera norte del Lago de Okanagan y se me congelaron las manos por sacar fotos a tal punto que aún después de semanas de eso la piel no me vuelve a la normalidad. Luego visité una librería famosa –un laberinto impresionante- y unas cuantas calles del centro y se me hizo la hora de tomar el bus de vuelta a Oliver. Penticton a mi parecer, no tenía mucha gracia salvo que está entre dos hermosos lagos, y al igual que Oliver, es una ciudad normal en un hermoso lugar, una ciudad con suerte.

  En la costanera en Penticton

Okanagan Lake, Penticton

Book Shop, Penticton


El resto del tiempo en Oliver lo pasé con mis ex compañeros de Road 13 en despedidas varias y haciendo mi odiosa maleta, la peor parte de viajar. Y así un viernes por la mañana partimos con Mark y Daniel –el único francés enólogo bueno del mundo, sigo creyéndolo- hacia Vancouver en el auto de Mark por caminos increíbles -sacados de películas gringas-, y dejamos atrás esta bonita etapa, nuestro aburrido pero finalmente querido pueblito de Oliver.





1 comentario:

  1. que hermosoooooooooooooo!!!!!!!!!!!
    ay! como que derrepente me dieron ganas de invierno!

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