Despedirnos de nuestros
housemates en Haverlock North fue difícil. Nunca me di cuenta hasta ese momento
que cuando viajas creas lazos fuertes
con personas que nunca imaginaste toparte, encuentros cortos pero
significativos que llegan a marcarte y a ocupar un lugar en tu corazón para
siempre. Quizás es el hecho de haberte desprendido de todo lo que era tu vida
en tu país, que las relaciones con nuevos amigos en el extranjero se vuelven
más viscerales, irracionalmente importantes. Llegaba la hora de dejar Haverlock
North, felices y llenos de emoción, pero algo tristes por dejar atrás una parte
importante de nuestras vidas, de estas nuevas vidas de viajeros que habíamos
adoptado, por dejar a los amigos.
Le dimos un largo abrazo a
Alisdair, it’s not a goodbye, it’s just a see you soon, dijo, y deseé con todas
mis fuerzas de que así fuera. Nos despedimos de David, de Karen y José,
nuestros nuevos amigos chilenos y vecinos con los que habíamos hecho un fuerte
lazo, sin tener la certeza de volvernos
a ver, pero con las ganas de hacer coincidir nuestros planes a futuro. Con el
auto cargadísimo –incluyendo las bicicletas que después de nuestra etapa en
Hawkes Bay fueron más bien un adorno/cacho- le decíamos adiós a la primera
etapa de nuestra aventura, felices por
haberla cumplido satisfactoriamente, por el nuevo rumbo que tomábamos y por
poder realizar nuestros planes y sueños como los habíamos imaginado.
El plan era trasladarnos a
Blenheim, en la isla sur, porque yo había conseguido trabajar para la vendimia
en la viña Mudhouse –que fue básicamente la razón de mi viaje a Nueva Zelanda-,
por lo que Eduardo debía llegar a buscar trabajo partiendo de cero mientras yo
sostenía la situación con mi trabajo en la bodega, habíamos ahorrado en el
trabajo de las manzanas, por lo que podíamos prescindir de un trabajo por algún
tiempo.
Así que partimos nuevamente por
la carretera 2 rumbo a Wellington, la que visitábamos por segunda vez, estaba anocheciendo,
nos tomamos un Vodka con pepino y Chi -un trago y un lugar recomendados por
Alisdair- y pasamos una noche en el auto a las afueras de las oficinas del
Bluebridge, el Ferry que nos cruzaría a la isla sur del día siguiente. Esa
mañana en Wellington, después de una fría noche y un pésimo sueño, paseamos una
vez más por las calles capitalinas en una mañana soleada y hermosa a decir
basta. Era la despedida perfecta de la isla norte. A medio día abordamos el
ferry en el auto, subimos a la parte más alta y le dijimos adiós a Wellington y
a la isla norte.
Una hermosa mañana en Wellington |
El viaje en Ferry fue algo
hermoso. Salimos de la bahía de Wellington rumbo al estrecho de Cook que separa
ambas islas, navegamos por mar abierto en esa inmensa embarcación que subía y
bajaba debatiéndose entre las olas y el viento, mareando a los pasajeros que
teníamos que afirmarnos para no caer, hasta entrar en la isla sur, donde el
paisaje cambiaba y todo se volvía intensamente verde, montañoso y salvaje, como
si Nueva Zelanda entera quisiera recordarte que por algo la escogieron como la
Tierra Media.
Goodbye Welli! |
Fish and Chip en el Ferry |
Navegando en los canales de la isla sur, una abejita se coló en la foto |
Dos horas y media de viaje
después habíamos llegado a Picton, un pueblo que muchos dicen no tiene ni un
brillo pero que yo encontré precioso. De hecho es casi perfecto. Recibiendo a
los viajeros como puerta de entrada a la isla sur es un pueblo pequeño rodeado
de cerros verdes, una playa preciosa, yates, restaurantes bonitos y muchos miradores
en lo alto de sus cerros a los que algunos accedes caminado por senderos
boscosos y a otros en auto. En ese momento seguimos rumbo a Blenheim luego de
un breve vistazo, pero volvimos un par de veces más, ya que Blenheim estaba a
una hora de viaje y por el paisaje valía mucho la pena.
Llegamos a Blenheim a eso de las
6 de la tarde, habíamos acordado ver una casa de Flatmate wanted en Trademe,
así que pasamos a verla en seguida. No nos gustó mucho, principalmente porque
los dueños parecían poco conformes con nosotros y nos dio miedo decirles “hey
tenemos nuestras cosas en el auto, podemos quedarnos ahora ya?” Así que
partimos a ver otra casa, cansados después de tanto viaje, sin haber dormido
casi nada la noche anterior y nos encontramos con Edson, un brasileño relajado
en una gran casa con 4 habitaciones desocupadas, todas amobladas y con
televisión, casi como un hotel, era barato y nos dijo que podíamos quedarnos de
inmediato si queríamos. Nos quedamos. Bajamos algunas cosas esenciales –como el
pijamas- y nos tumbamos en la cama hasta el día siguiente. Lo habíamos logrado,
estábamos en la isla sur.
Picton, vista desde el Ferry antes de llegar al puerto |
Picton |
Picton |
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