Aeropuerto de Toronto, Canadá |
Me hubiese gustado escribir todo en orden pero
simplemente me pilla el tiempo –y el ánimo- y no alcanzo a escribir nada cuando
debería, por eso el gran salto de año y medio
con este post, dejando de lado por un rato nuestras previas aventuras para escribir acerca de lo que estamos viviendo en este momento,
nuestra aventura actual: Canadá.
Llegamos a este extremo del mundo hace una
semana atrás, no podría quizás expresar bien lo que me ha parecido porque una
semana es casi nada, pero si debo resumir en pocas palabras es que es como
estar viviendo en una película. Obviamente, ese referente se debe a que
normalmente estamos expuestos al cine hollywoodense y el paisaje que
rutinariamente se ve en las películas es bastante parecido a esto. Esos bosques
infinitos de coníferas surcados por ríos jóvenes y montañosos, lagos, señales
advirtiendo venados en la ruta y un
montón de campos cultivados con las calabazas típicas de Halloween. Eso para
mí, es más que suficiente para sentirme en una película. Y es como veo Canadá
hasta ahora, en esta corta estadía de una semana.
Trayecto desde Vancouver a Oliver, British Columbia |
Calabazas en el supermercado, un encanto! |
Primero llegamos a Vancouver, pero después de
un vuelo de 18 horas y un stop en Toronto, no quería más que dormir y por
primera vez en mi vida, y no sé por qué, no me interesó haber llegado a una de
las mejores ciudades del mundo y preferí tomar una ducha, comerme un subway de
bolitas de carne y meterme a la cama al toque. Estábamos desechos. Al día
siguiente teníamos que levantarnos a las 4.30am para llegar al terminal de
buses y tomar el bus que nos traería a nuestro destino final: Oliver, un
pueblito entre las montañas que forman el Okanagan Valley que se jacta de ser “La
capital del vino” en Canadá, la última extensión hacia el norte del desierto de
Sonora.
En mi pseudo-paso por Vancouver, lo que alcancé
a ver, fue abrumador. Hay que considerar que estaba destruida, que tenía sueño,
cansancio y hambre, un resfrío mortal que me traje de Chile y los malditos 30
kilos en equipaje -que por más que creí aprender la lección en mis anteriores
viajes, quedó en evidencia que no, que no aprendí nada y me traje más que lo prudente-.
Tomamos el metro, que lindamente llega hasta el aeropuerto mismo, hicimos un
transbordo con otra línea, subimos y bajamos escaleras con las maletas a
cuestas y luego de un par de vueltas nos subimos al tren –que no tenía chofer!-
me senté junto a una ventana y miré la ciudad. Afuera llovía, el cielo gris
–como lo había estado en todo el recorrido de Toronto a Vancouver- te insitaba a la tristeza, y mientras mataba por una cama, el tren pasó por el centro de
la ciudad, una maraña de calles entrelazadas, autopistas aéreas, puentes, pasos
sobre-nivel, edificios y cemento, cemento, gris, lluvia, calles infinitas. Y lo
primero que pensé era en que se parecía a Bangkok, pero un Bangkok occidental,
sin templos budistas, ni puestitos de comida, sin letreros luminosos, nada de
tuk-tuks, árboles exuberantes ni monjes
paseándose en sus lindas túnicas. Y gris. O sea, ningún brillo. Sí, estoy segura que
soy injusta y que los amantes de Vancouver querrán pegarme, pero lo que vi, no
me gustó. Y bueno, no saqué ninguna foto tampoco.
Así que nos vinimos a Oliver. En el bus, aún
cansadísimos por el vuelo de hacía poco, conocimos a una señora canadiense,
nuestro primer encuentro con la hospitalidad del país. Después de enterarse que
llevábamos horas en Canadá, Janice, que vive en Penticton, pueblo vecino de
Oliver, nos quería llevar a su casa, nos
ofreció ropa de invierno, nos dio toditos sus datos y nos pidió que cuando la
necesitáramos no dudáramos en pedirle ayuda. Fue lindo sentir que a pocas horas
ya teníamos a alguien en quien confiar.
Llegamos a Oliver sin saber dónde alojar, y he
aquí la mejor experiencia buscando alojamiento de nuestras vidas. El bus nos
dejó afuera de un Motel –de esos típicos de las películas, que son más bien
pequeñas casitas con sus puertas ordenaditas hacia el estacionamiento-, entramos a preguntar por acomodación y precios para 3
meses y luego de ver el lugar, tantear el precio, nos quedamos. Cero
sufrimiento. Y aquí estamos, viviendo en una mini casita con todo lo necesario
para vivir cómodamente, con aire acondicionado incluido y en pleno centro de
Oliver.
Así comenzamos nuestra nueva aventura, sin
mucha plata, ni mucha idea de dónde nos vinimos a meter, pero con las ganas de
hacer de ésta una gran experiencia. Una más en nuestra colección de experiencias
de vida. Aquí, al norte del mundo.
Nuestro nuevo hogar bajo el hermoso cielo de Oliver |